En estos tiempos en los que los vampiros vuelven a triunfar en los ámbitos cinematográfico y televisivo, conviene recordar que estos chupasangres tuvieron muchos momentos de esplendor en el pasado. Los últimos años de la añorada década de los 80 fueron uno de esos momentos, gracias a Jóvenes Ocultos, una pequeña producción de Warner que se convirtió en uno de los éxitos más rotundos del lejano 1987, más por lo que supuso de revelación que por una taquilla verdaderamente llamativa. Se trató, en definitiva, de una peli de vampiros enormemente rentable…
Y es que no fue un proyecto ambicioso desde su concepción. Esa falta de contundencia presupuestaria se intuye desde el primer minuto de metraje, en una puesta en escena sencilla y, sobre todo, en un reparto compuesto por jóvenes estrellas y absolutos desconocidos. Pero todos ellos, y el propio director Joel Schumacher, que merece una mención especial, verían sus carreras impulsadas gracias al éxito de una película por la que pocos apostaban.
Puede que todos hayamos sido injustos con Joel Schumacher. Es cierto que se mereció todos y cada uno de los palos que le llovieron cuando decidió marcar los pezones de Batman y Robin en sus dos entregas de la saga, pero los árboles no han de impedirnos ver el bosque. Y lo digo yo, que tengo al personaje de DC entre mis debilidades más destacadas. Pero Schumacher había hecho antes e hizo después de Batman & Robin cosas que realmente merecen la pena, desde adaptar con solvencia obras de John Grisham como Tiempo de Matar o El Cliente, hasta divertimentos de lo más simplones como Ultima Llamada. Con Jóvenes Ocultos logró imponer su criterio en cuanto a la producción frente a opiniones diversas del estudio, que sin embargo se plegó a sus deseos con resultados más que satisfactorios. Esos resultados le convirtieron en un asalariado privilegiado en Warner, el estudio que le acogió en su seno produciéndole la mayor parte de sus obras, y el mismo que maldeciría la decisión de hacerle responsable de Batman Forever y, sobre todo, de Batman & Robin.
Pero hasta aquel fatídico 1996, en el que se estrenó su última y doliente peli sobre Batman, Schumacher era un cineasta muy considerado. Muchas de sus cintas habían sido moderados éxitos, había seducido a toda una generación de treintañeros con St. Elmo, Punto de Encuentro y, lo que es más importante, parecía sobradamente capacitado para saber cuáles eran los deseos del público en cada momento. A mediados de los 80, un guión sobre un grupo de niños vampiros rondaba por los despachos de Warner, y parecía convertirse en el inmediato proyecto de otro de los protegidos del estudio, Richard Donner, artífice de uno de los mayores éxitos de la historia de la major, Superman. Pero Donner estaba centrado en seguir proporcionando dólares al estudio con su Arma Letal, y los productores Mark Damon y Harvey Bernhard pensaron el Schumacher, quien había logrado excelentes respuestas de crítica y público con la mencionada St. Elmo. El cineasta aceptó la tarea con la condición de darle un lavado de cara absoluto al guión, apostando por cambios importantes como otorgar protagonismo a jóvenes y no a niños (aunque éstos estuviesen representados por personajes amables y siempre del lado de los buenos), y, sobre todo, haciendo de Jóvenes Ocultos una legítima hija de su tiempo. Efectivamente, la película acogería en su seno muchas de las tendencias estilísticas de una década, los ochenta, marcada por los vaqueros ceñidos, el pop desenfadado y los peinados voluminosos.
Semejantes intenciones de Joel Schumacher no se apartan mucho de lo que a mediados de los 90 trató de hacer con la saga de Batman que había iniciado Tim Burton. Y es que lo que vimos en los cines en 1995 y 1997 no fue sino la adaptación (nefasta) del personaje a esos años de colorido y fanfarria del momento, sin dejar de lado el toque inequívocamente gay. Schumacher, quien hace tiempo reconoció públicamente su homosexualidad, llevó a un icono de las viñetas a su terreno, y salió trasquilado.
Sin embargo con Jóvenes Ocultos todo le salió mejor. Evitó que el estudio facturase otro producto infantiloide al rebufo de éxitos de la época como Los Goonies, y puso su experiencia en el mundo de la moda (al que se había dedicado antes de ser director de cine) al servicio de una película que sin su presencia (o simplemente con Richard Donner como responsable) hubiese sido muy distinta, y, sobre todo, menos rentable.
Sus acertadas decisiones se extendieron además al reparto. Logró la participación de un par de críos que estaban en boca de todos, el recientemente fallecido Corey Haim y su tocayo Corey Feldman, con lo que se garantizaba el interés del espectador más joven. Consiguió asimismo la participación de una actriz del nivel de Dianne Wiest, que venía de ganar un Óscar como mejor actriz de reparto por Hannah y sus Hermanas, y se la jugó con un joven actor llamado Kiefer Shuterland, hijo del genial Donald Shuterland, que apenas contaba entonces con varios papeles secundarios. No acertó, sin embargo, con Jason Patric, limitadísimo actor de carrera intermitente que mostró enormes carencias y una gran escasez de recursos interpretativos.
Pero en conjunto, el reparto de la película resultaba interesante y competente . Y barato, porque en absoluto suponía alejarse de las pautas de austeridad que en Warner se habían planteado. Y dicha austeridad se manifestaría en todos los aspectos.
¿Alguien conoce alguna película de vampiros en la que se tarde una hora en ver un colmillo? En Jóvenes Ocultos sí ocurría. En un alarde de ingenio y contención presupuestaria, los guionistas James Jeremias y Janice Fischer escribieron un libreto en el que se ocultaba el verdadero aspecto de los vampiros durante buena parte del metraje, sin que el interés por la historia se resintiera. Las primeras fechorías de los chupasangres se nos muestran con una cámara voladora que simulaba a estos seres en pleno vuelo para atacar a sus víctimas. Conocemos el lado tenebroso de la pandilla de Kiefer Shuterland gracias a las interpretaciones de los actores y a sus intenciones, pero tenemos que esperar al minuto 60 de metraje cuando el propio Shuterland (a quien hoy nos cuesta reconocer en otro papel que no sea el de Jack Bauer) muestra su verdadera condición de criatura de la noche. Justo es reconocer que, a partir de entonces, Jóvenes Ocultos se convierte en una peli de vampiros mucho más cercana a lo que podemos ver en la actualidad.
La historia era muy sencilla. Una mujer divorciada, Lucy (Dianne Wiest), se traslada con sus hijos Michael y Sam (Jason Patric y Corey Haim) a Santa Carla, una pequeña localidad en donde reside su padre, y en la que han estado ocurriendo extraños sucesos en los últimos tiempos. Los hermanos Frog (Corey Feldam y Jamison Newlander), entablan amistad con Sam y le advierten de la presencia en el pueblo de vampiros, responsables de todos esos sucesos extraños. Comienza así la lucha de nuestros protagonistas contra esos no-muertos, que tratarán de que Michael se vea seducido por el lado oscuro.
Estamos, por tanto, ante una trama típica de la época, la redundante historia de unas personas que se enfrentan a lo desconocido en un emplazamiento también desconocido para ellos. Vista hoy, Jóvenes Ocultos resulta ciertamente aburrida en su primera parte, y, justo es reconocer que hasta ridícula en algunos momentos. Pero debemos de tener en cuenta el contexto en el que se estrenó, su condición de película ochentera por antonomasia y de auténtica hija de su tiempo. Refleja las inquietudes del momento, el look y las tendencias de una época quizás extrema en sus manifestaciones estilísticas. Pero cuando la cosa se desmadra y la sangre empieza a brotar, se disfruta como el mejor de los episodios de Buffy, o como la típica peli de vampiros que podemos ver en la actualidad. Y además supone un divertido homenaje a la cultura popular, con referencias comiqueras a cargo de esos hermanos Frog, de nombres Edgar y Alan…
Jóvenes Ocultos se estrenó el 31 de julio de 1987 en los Estados Unidos, constituyéndose como una entrañable y divertida película veraniega. Logró una recaudación en su primer fin de semana de más de 5 millones de dólares, para un total de 33 en su país, todo un éxito teniendo en cuenta su modesto presupuesto. Es la decimoquinta película de vampiros más taquillera de la historia, en una clasificación encabezada por las mucho más ambiciosas sagas de Crepúsculo, Blade, o las estupendas Drácula de Bram Stoker y Entrevista con el Vampiro. Y en aquel 1987 se peleó con taquillazos como Tres Hombres y un Bebé, Atracción Fatal o Los Intocables.
Warner siempre la consideró una pequeña joya de su catálogo, y el rumor de una posible secuela estuvo en el aire desde el principio. Finalmente se decidió rodarla para estrenarla directamente en dvd. En 21 de julio de 2008, casi veintiún años después del estreno de Jóvenes Ocultos, se estrenó en Estados Unidos The Lost Boys, The Tribe, que aquí recibimos como Jóvenes Ocultos 2; Vampiros del Surf, una producción de escaso interés que sin embargo triunfó por todo lo alto en el mercado videográfico, y que trató de rescatar a un Corey Haim ya destinado al trágico final que tuvo.
No es una maravillosa película, pero sí representa lo más recordado de una década, los 80, que proporcionó, cinematográficamente hablando, innumerables momentos de diversión para mi generación. En tiempos de Crepúsculo y de True Blood, conviene recordar a aquellos vampiros ochenteros que se hicieron con un merecido hueco en nuestra memoria cinéfila…