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martes, abril 16, 2024
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La Mula ***

La Mula ***


Nos acercamos al estreno de La Mula con ese respeto a la vez que desconfianza que suscitan las películas que se han parido, en el apartado de la producción, en mitad de tempestades controvertidas, farulleras y de problemáticas dignas de cualquier culebrón, un caldo explosivo en lo promocional y que poco o nada ha afectado, afortunadamente al resultado que consigue la cinta.

Si obviamos toda esa polémica, algo pachanguera, que ha estado persiguiendo a este título y nos centramos en lo que importa, bien nos irá para descubrir una película digna heredera del esperpento del mejor cine berlanguiano porque lo cierto es que sin perder la perspectiva de las cosas, los temas, las situaciones y los personajes no hacen más que recordarnos al maestro, como si su director a la hora de adaptar a la pantalla grande la insólita historia que sobre su padre escribiera Juan Eslava Galán, hubiera querido, y desde luego conseguído, hacerle su particular homenaje a uno de los hombres grandes del cine español.

Basada en un episodio real, La Mula nos sumerge en la conmovedora historia de un cabo metido a soldado acemilero en plena guerra civil española y del bando de los nacionales, porque es lo que le tocó en suerte.
Sin una ideología política definida ni firme, porque a él eso no le interesa, y sin la menor ambición por ganar una guerra que no es la suya, que simplemente como a un peón más del tablero de ajedrez se le ocurrió al destino, a su capricho, ponerle en el centro de un campo de batalla, al cabo Juan Castro lo único que le importa es La Valentinílla, una mula que se encuentra un buen día y de la que ya no se separará.

El animal y una muchacha del pueblo se convertirán en el único sueño real y de interés que tenga este muchacho a, de cara a cuando termine la guerra, poderse construir su futuro de cuento de hadas. Mantener a la mula con vida y con él y conseguir el amor de la muchacha puede llegar a ser una empresa tan sencilla o tan complicada como lo permita una guerra.
Ponerle graciejo o toda la gravedad que requiera el asunto es algo que esta película consigue de manera equilibrada y certera.

Uno no se puede mantener insensible sin que le conmueva la historia de esos dos amigos, casi hermanos de leche, que aunque la vida les lleve a estar en bandos opuestos, eso no quita para que cada vez que se encuentran lo celebren con los abrazos y las chanzas de los que se reconocen que siempre serán compadres (¡Ojo a ese «Hostia, Benito» que lo dice TODO!).
Una parábola premonitoria adelantará como un presagio el destino de ambos en una de las escenas más conmovedoras que guarda la cinta.

¡Cómo mantenerse impasible ante la ternura, la inteligencia de calle y aldea y nobleza de sangre de ese personaje sencillo, ese muchacho zarandeado por las circunstancias, que habla con mirada intensa y hambrienta; que habilidoso se guía por el oido y que cuando ante un ataque del enemigo él sólo piensa en cómo estará su mula mientras corre a protegerla porque para él ese animal es su vida!.

Uno vive la película con el suspense y la emoción del que espera de que no les pase nada ni al chico ni al animal

¿Y porqué no creer que como en cualquier buena historia de Berlanga, uno es fruto de lo que le dicta su personaje y éste de lo que le dicten las circunstancias del momento y de la manera más surrealista, verte ensalzado, sin comerlo ni beberlo, a la categoría de héroe nacional por obra, milagro y ambición de gente que pasaba por allí?

Pero sin duda, independientemente de la historia que se nos cuente y el cómo, uno de los mayores aciertos y placeres radica en su casting.

Las mirada del actor Mario Casas que como en un poema de Nizar Kabbani habla todos los lenguajes, llevando bajo el abrigo, toda la historia y todo el alfabeto.
El es el retrato mismo de la ternura, de la nobleza que guarda los pies hundidos en la tierra, del hombre que vive de los valores primeros del padre y de la madre (los que conforman un carácter), del hombre sencillo que se conforma con lo que importa: familia, casa y vivir sencillamente.
Mario Casas consigue dibujar un personaje que nos conmueve y emociona hasta el tuétano.

María Valverde le sigue el juego actoral a la perfección. La química es obvia y las miradas se entienden sin necesidad de hablarse. Se enfunda como un guante y con soltura y también algo caricaturesca en la piel de la muchacha caprichosa, melosa y dulzona que igual que Castro, lo único que busca es una manera de sobrevivir a la guerra.

El actor Jesús Carroza otorga con facilidad aplastante toda la credibilidad y fuerza que requiere el amigo que sólo entiende de un principio en su vocabulario: la lealtad.

Secun de la Rosa borda el personaje de El Chato, amigo incondicional de Castro, que aporta toda la gracia e inventiva al relato (el episodio en el que como fiel escudero de armas habla a la susodicha damisela en favor de su amo y señor para conseguirle al hermoso mozo la atención y favores de la fémina y todo ello haciendo gala de todo un repertorio de razones, parabienes y lindezas del enamorado al más puro estilo Cyrano de Bergerac es una escena que no tiene precio).

Oscar Navarro se encarga de una partitura sensible y efectista, hecha a medida para esta historia pequeña, particular y curiosa que habla de temas sencillos e importantes como la lealtad, la amistad, las miserias inútiles y gratuitas que traen todas las guerras y que tiene el objetivo ambicioso de ser una propuesta que emociona, que conmueve y que tiene momentos francamente divertidos.
La película tiene poesía, está inspirada, lleva ritmo en las venas. No se conforma con resolver y nada más. Tiene buenas líneas sobre las que aposentarse, de tinta ligera pero efectiva, de corazón que parece que gravita leve pero sólo en apariencia porque la historia transmite fuerza y el latido nunca bajea su baño de sangre. La marea va subiendo centímetros a medida que el metraje progresa.
Y el resultado funciona.

Ya estábamos deseando que se estrenara para poder disfrutarla.
Ahora le toca al público decidir si la espera ha merecido la pena.
¡Ojalá así sea!

Marta Simón

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