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miércoles, mayo 15, 2024
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La trampa del mal **

trampa

Me ha sorprendido la capacidad de esta primera entrega de la serie Las crónicas de la nocheThe Night Chronicles, juegan en el original con hacer de su creador, M. Night Shyamalan, una especie de franquicia-, para replicar casi al milímetro el planteamiento que se impone como fórmula o marca de fábrica en todas las películas del director de El sexto sentido. Coincide con ellas en su capacidad para iniciar la historia de manera más o menos curiosa o incluso interesante, y luego se va desarrollando en vertiginoso deslizamiento hacia lo previsible, chafándonos  con una sorpresa final, que suele no ser tan sorpresiva como sus artífices pretenden, lo que parecía una apuesta curiosa de partida que no obstante reconozco que me resultó entretenida en sus primeros treinta o cuarenta minutos de metraje.

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Suelo definir este extraño proceso que vengo observando en este director desde El sexto sentido en adelante afirmando que M. Night Shyamalan sabe poner muy bien la mesa, una mesa a veces con cubiertos de lujo y ciertamente atractiva que siempre nos conduce al optimismo merced a unos entrantes que conquistan el paladar el espectador por su imaginación y por las expectativas de despiertan de lo que vendrá después, pero fastidia el ágape a medida que nos vamos acercando a los postres.  Ese proceso contagia a John Erick Dowdle, firmante de esta película, que creo contaba con un guión suficientemente interesante del autor de Hard Candy, Brian Nelson, basado en una historia de Shyamalan, como para haberle sacado mejor partido arriesgando un poco más.

En esta ocasión la idea de meter a unos cuantos pringados en un ascensor para que les pase de todo no es ciertamente nada nuevo –ahí están Náufragos, dirigida por Alfred Hitchcock, una de las sombras, o si ustedes lo prefieren “inspiraciones”… elijan lo que más les guste, de M. Night Shyamalan. También tenemos otros referentes esenciales que le quitan galones de originalidad al planteamiento argumental de La trampa del mal, como la interesante El ascensor, de Dick Maas, y si me apuran nada de lo que he visto en La trampa del mal me ha quitado tanto las ganas de subirme con un puñado de extraños a uno de esos cajones suspendidos del vacío por unos cables –la situación no invita al optimismo, ciertamente, y tiene ya en sí misma todos los condimentos para resultar inquietante por sí misma si nos paramos a pensarlo- como el arranque de Resident Evil

Pero que no sea especialmente original en su planteamiento argumental no me importa tanto como el modo en el que despliega ese argumento y empieza a explicarse, tirando no obstante de una fórmula que me recuerda más el cine de catástrofes menos pulido que, por ejemplo, el trabajo de reto narrativo, visual y de montaje asumido este mismo año por Rodrigo Cortés en Enterrado.

Desde la antigua Grecia, o quizá incluso desde los balbuceos rupestres de nuestros más primitivos ancestros de las cuevas, ya está contado todo lo que había que contar, y la originalidad en esto de la fabulación es siempre muy relativa y sometida a la casualidad de que alguien no descubra sorpresivamente un inesperado antecedente de lo que acabamos de ver en algún videoclub de segunda mano… Así que el tema de la originalidad, o no, de la historia, no me preocupa en absoluto. Me fastidia más que en esos antecedentes citados, asumidos o no por los artífices de La trampa del mal, la propuesta fuera más imaginativa y/o esforzada a la hora de atacar una situación argumental de este tipo.

Verán ustedes, por ser más claro: mi problema con esta película es que la veo con algo de pellejo de telefilme de los de antes, los que siguen enchufándonos algunas cadenas de televisión en horario de sobremesa el fin de semana. No se arriesga en mantener la trama dentro del ascensor, sino que salta continuamente a la situación en el exterior para oxigenar la historia por el camino más fácil, y luego además no tiene mucho éxito a la hora de hacer que lo que ocurre dentro o fuera nos atrape de algún modo en su trama. No tenemos una buena historia de cine de catástrofes fuera porque le falta el espectáculo visual que solía acompañar a este tipo de productos (La aventura del Poseidón, El coloso en llamas, Pánico en el túnel… piensen en la que más les guste). Y tampoco tenemos una historia de posesión demoníaca o terrorífica en el interior del ascensor, porque le falta el desarrollo realmente inquietante que tal cosa habría requerido, por ejemplo en una clave más de Actividad paranormal.

Así las cosas, la película enfrenta el problema de quedarse a medio camino. En primer lugar quiere abarcar mucho, lo que la hace más endeble en sus dos ambientes, dentro y fuera del ascensor. Debería haberse decantado por una de las dos opciones. Así nos va sacando de un entorno al otro interrumpiendo la tensión creciente que deberíamos haber tenido en cualquiera de esos ambientes por separado. En segundo lugar tampoco se decide por militar en el campo del terror o del suspense, y esa indefinición despista al espectador, que no sabe a qué palo quedarse a la hora de acomodarse a una u otra traducción de lo que está viendo en la pantalla. Finalmente, llama la atención que el guión haya recurrido a una anécdota argumental que ya había utilizado M. Night Shyamalan en Señales para darle mayor entidad al personaje del policía con ese suceso de su pasado que brota como “sorpresa” en el desenlace.

Miguel Juan Payán

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