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lunes, mayo 13, 2024
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The Fighter ****

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Basándose en hechos reales, David O. Russell dirige uno de los títulos imprescindibles de este año y en opinión de quien esto escribe la mejor oferta de la cartelera de estrenos para este fin de semana. The Fighter nos devuelve ese tipo de cine que nos habla desde la pantalla y nos acompaña cuando salimos de la sala. Tiene madera de Oscar, y sería raro que no le cayera encima alguna estatuilla en el reparto de galardones de la Academia de Hollywood. De hecho, si Christian Bale no gana el premio como mejor actor de reparto, sería una injusticia.

Es mucho más que una historia de boxeo. De hecho comparte el mismo planteamiento que una de las mejores películas de boxeo de todos los tiempos, Toro salvaje, de Martin Scorsese. En aquella, como en esta, el director estaba más interesado por los personajes que habitan ese tipo de mundo que por los combates propiamente dichos. Y también en aquella, como en esta, el verdadero corazón de la trama era una historia de hermanos. Ello no significa que, como en Toro salvaje, en The Fighter no encontremos combates, tanto en clave documental, recuperando los enfrentamientos reales del protagonista, como reproducidos para la película en clave de pinceladas brutales. Y también en eso David O. Russell acerca su trabajo al de Scorsese, que como ha declarado en reiteradas ocasiones, no estaba interesado en la violencia propiamente dicha, ni en los combates, sino en la vida de las gentes que los habitan. Es muy significativo en ese sentido la relativa atención y el tiempo de metraje que el director dedica en The Fighter al primer combate que vemos en pantalla, y lo mucho que le interesa lo que ocurre en las gradas, la chica que tropieza con la cuerda, etcétera. Muestra lo que ocurre en el ring, pero muy puntualmente, como un rasgo más de las muchas cosas entrevistas en el espectáculo del boxeo que quiere enseñarnos desde dentro como si estuviéramos allí sentados viendo el combate. Al contrario que Scorsese, en ese caso no elige meternos de lleno dentro del ring, sino mantenernos como público, una astuta decisión que coincide con sus objetivos para con la manera en que  veremos la historia como espectadores.

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David O. Russell demuestra además ser un perfecto conocedor de cuál es el verdadero tema de la historia que ha elegido contar desde el principio de la película, cuando establece con apenas dos o tres planos el complejo vínculo que une al protagonista, interpretado por Mark Wahlberg, con su familia, especialmente con su conflictivo hermano, interpretado por Christian Bale. Esto queda claramente explicado en el prólogo en el sofá, con un impresionante Bale que repite la sorprendente transformación física que llevó a cabo para El maquinista (ya puestos, aclaro: lo siento, Edward Norton, pero el verdadero heredero de De Niro en el cine actual no eres tú, sino Christian Bale). La manera en la que Mark Wahlberg se sienta en el sofá y acepta, tolera, soporta los desvaríos de su “hermano” de ficción nos deja también muy claro algo que se confirma en el resto de la película: éste es el mejor trabajo de Wahlberg hasta el momento, y merecería el hombre que los productores le tuvieran más en cuenta para desempeñar este tipo de personajes más dramáticos.

El duelo de los dos hermanos trasciende la ficción, o mejor dicho la recreación de ficción de la realidad edificada para el cine por David O. Russell, convirtiéndose en un duelo entre los dos actores, motor de la película señalado como tal en las escenas posteriores en las que ambos son filmados por las calles para un documental de televisión que tiene un importante papel en el desarrollo de la historia pero además sirve como herramienta para meternos en el mundo de esos dos personajes, en su entorno familiar y social. Para ello nos sirven como puente los dos reporteros que filman el documental, que al mismo tiempo se convierte en una clave aplicada por el director para explicarnos que la trama de su película gira en torno a ese conflicto de protagonismo. Tenemos al protagonista real, Wahlberg, y al protagonista “tapado” o “sorpresa”, y la escena posterior en la que  el primero intenta ligar con la camarera con la repentina incursión en plano del segundo, confirma definitivamente esa idea con astucia para poder pasar a continuación a progresar en la descripción del resto del entorno familiar del boxeador, su madre, las mujeres que le rodean, su ex y su hija… y todo lo que esto significa para él.

Es entonces, con los personajes seguidos prácticamente con la cámara en la nuca, como en una pieza rodada para un programa reality de televisión, cuando parece más cercana The Fighter a El luchador, de Darren Aronofsky, con la que tiene tantas cosas en común como las que la acercan en otros momentos a The Boxer, de Jim Sheridan, dos antecedentes que vienen a incorporarse a la ya citada Toro salvaje de Scorsese para completar junto con The Fighter esa especie de cuatro patas esenciales que sujetan esa especie de mesa cinematográfica en la que nos sirven películas unidas por el hecho de que el pugilato, de uno u otro tipo, es sólo un pretexto para contar una historia de seres humanos en la que el espectador se reconocerá en uno u otro momento. Habría que incorporar a esta colección la no menos imprescindible Fat City, de John Huston, y tendríamos ya una buena selección de lo mejor que el boxeo o la lucha libre han aportado a la pantalla como excusa para hablarnos de cómo somos y por qué somos como somos.

Lo que The Fighter nos ofrece con la misma habilidad que esos otros títulos,  es una historia sobre la familia, la soledad, el fracaso, el éxito, la pérdida de las ilusiones, la persecución de los sueños y todas esas otras cosas que nos convierten en seres humanos.

Y al salir del cine, quizá por todo eso, y no tanto por lo que ocurre en los combates propiamente dichos, es por lo que tenemos un poco más de confianza y optimismo metidos en el cuerpo.

Como decía James Purefoy interpretando a Marco Antonio en el último capítulo de la serie Roma: “La gloria está bien, pero con la vida es suficiente”.

Así de sencilla y así de grande en su conclusión es The Fighter.

Miguel Juan Payán

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