Crítica de Llegaron de noche
Crítica de la película Llegaron de noche
Llegaron de noche.
La guerra civil que asoló El Salvador, entre 1979 y 1992, provocó estremecedores actos de violencia contra la población civil. El enfrentamiento entre las fuerzas armadas de los gobiernos militarizados y la guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMNL) causó 75.000 muertos, y más de 15.000 desaparecidos. Un conflicto en el que también se perpetraron los asesinatos programados de religiosos, como el arzobispo Óscar Romero y el padre Ellacuría. Precisamente, este último crimen es el que escenifica el cineasta Imanol Uribe, en Llegaron de noche.
Bajo la técnica narrativa de los constantes flashbacks, la trama de la película recoge las vicisitudes de Lucía (Juana Acosta) y de su familia, cuando estos deben huir de San Salvador, para intentar testificar sobre el asesinato de Ellacuría y los cinco religiosos que convivían con él, tiroteados en el interior de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA). La mujer presencia cómo un grupo de soldados abría fuego indiscriminado contra los jesuitas, mientras estos estaban indefensos. Unas revelaciones que contrastan con las mantenidas por los órganos gubernamentales, que señalan a los guerrilleros como los causantes de la matanza. En peligro desde que se conoce la historia de la limpiadora, el guion reproduce la odisea de Lucía y los suyos, mientras las autoridades estadounidenses parecen dispuestas a silenciar el asunto.
Uribe demuestra una capacidad notable a la hora de presentar los miedos e incertidumbres de la protagonista, quien se siente asfixiada por poderes muy superiores a su necesidad de aportar veracidad a lo que ocurrió en la noche del 16 de noviembre de 1989.
El cineasta relata con solvencia la cotidianeidad que se respira en el ambiente universitario en el que trabajan Ellacuría y el resto de los religiosos. Un refugio de intelectualidad donde pretenden construir pensamientos coherentes e imparciales, avalados por el pacifismo y una visión de la justicia social que no casa con las directrices de los mandatarios castrenses, que dirigen la política de El Salvador. Ahí es donde Lucía ejerce su labor como empleada doméstica, al tiempo que recibe el apoyo y la confianza de los religiosos y profesores.
Juana Acosta exhibe una brillante caracterización, plagada de matices y gestos, para vestir de humanidad al personaje de Lucía: una mujer que intenta rebelarse contra la injusticia, y que progresivamente pierde confianza en que alguien desee creer lo que ella presenció desde la habitación en que esta se escondía.
Las interpretaciones del elenco actoral es el elemento que mejor ilustra el terror que se vivió en esa época en el país centroamericano, y contribuyen a diluir un poco la sensación de que la historia avanza con un ritmo demasiado ralentizado. La propia estructura del film facilita el encadenamiento de momentos dramáticos, pero igualmente genera un sentimiento de ralentización bastante notorio.
No obstante, y con independencia del ritmo escenográfico, el mensaje que queda es el de que resulta imprescindible no olvidar actos tan salvajes como el perpetrado contra los jesuitas en El Salvador, y lo importante que es reclamar las debidas penas a los inductores del mismo.
Jesús Martín
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