¡Despidos! ¡Crisis económica! Temas candentes abordados con reparto muy interesante y una intriga inicial bastante lograda. Margin Call es lamentablemente muy actual y resulta cercana por todo lo que está ocurriendo en las empresas. Despidos arropados en la realidad muchas veces con el pretexto de la crisis. No, no he elegido los términos “arropado” y “pretextos” por casualidad. Es que a mucha gente capaz la están poniendo en la calle a edades imposibles, como al personaje que interpreta Stanley Tucci, después de 19 o más años rindiendo en una empresa. Con la carrera ya hecha, que se dice. Gente de cerca de 50 años que está siendo mandada al paro simplemente para ahorrarse cuatro duros que luego a más de una empresa le van a salir carísimos, por cambiar veteranía y habilidad, además de conocimiento de lo que requiere el puesto ocupado, para cuadrar unas cuentas y asear la cuenta de gastos…
Esa es la realidad que nos rodea. Una realidad que manda el temible mensaje de que, hagas lo que hagas, no importa lo bien que trabajes, lo mucho que rindas, te pueden mandar a la fila del paro para ahorrarse cuatro cuartos contratando en tu puesto a alguien más joven, menos toreado, que trague más y cobre menos, aunque, por inexperiencia, no trabaje al mismo nivel que tú. Es un mensaje realmente abominable, capaz de fomentar el nihilismo y la desidia, pero es el mensaje que muchas empresas están mandando hoy, cada día, a sus empleados más capaces y veteranos. Ellos sabrán lo que hacen, pero en mi modesta opinión, se están cargando el invento bajo la premisa que se resume en una frase que dice en la película Kevin Spacey: “Después de una bajada siempre viene una subida… casi siempre”. El casi es la clave, amigos.
Margin Call habla en cierto modo de todo eso. Reproduce con gran realismo y tensión en su inicio una de esas situaciones cotidianas pero no por ello menos aberrantes. Me remito nuevamente a esa escena con Stanley Tucci que arranca la película, con esa especie de escuadrón de eliminación que llega a la oficina y empieza a mandar a la calle al personal, prácticamente echándoles del edificio a patadas, dándoles a cambio una tarjetita de contacto y un folleto muy majo con un barquito velero y un lema especialmente cabrón en esas circunstancias: mirando adelante. Esas situaciones en las que el sistema muestra sus colmillos y su cara más miserable, fría e incluso despiadada, son el plato fuerte del arranque de esta película en la que lamentablemente muchos espectadores podrán mirarse como en un espejo. El tema fue abordado previamente en películas como Glengarry Glen Ross, éxito a cualquier precio, y Wall Street pero de manera distinta. En este caso esos despidos dan lugar a una segunda vuelta de tuerca en la intriga que conduce a un esquema de conspiración en torno a la crisis económica. Curiosamente, como en otra línea hiciera hace una semana Contagio, nos habla del gran tema de nuestro tiempo: el miedo. Aquí, otro tipo de miedo. El miedo al colapso económico, a los despidos… La consecuencia de ambos miedos es la misma: la sumisión, la cobardía, la delación, la pérdida de la propia identidad. Como afirma el personaje de Paul Bettany, lo que siente la gente mirando el abismo formado por el desfiladero de rascacielos del distrito financiero (todo un eco de los suicidios en la crisis económica de 1929), no es el miedo a la caída, sino el miedo a que puede saltar.
El discursito con aplausos es particularmente salvaje, deshumanizador, tan falso como muchas de las cosas que están escuchando los que quedan atrás cuando los despojados han sido expulsados ya del paraíso financiero. Spacey me ha recordado en ese fragmento al Russell Crowe que en Red de mentiras se quejaba al agente de campo interpretado por Leonardo Di Caprio de que tenía que llevar otra vez a sus hijos a ver El rey león, y le recomendaba que no tuviera niños. Pero en ese momento también me ha recordado el discursito tipo Patton de Gene Hackman antes de zarpar con su submarino nuclear en Marea roja, una película con la que el posterior desarrollo de la intriga de la trama tiene algunos curiosos puntos en común, si sustituimos el submarino y el peligro de guerra nuclear por las primeras horas en las que se hizo evidente para los financieros la crisis económica que se nos venía encima…
Una buena película volcada sobre el talento de su reparto, con una intriga competente que recuerda por su ritmo clásicos de los setenta como Todos los hombres del presidente o Los tres días del Cóndor, y que no debería pasar desapercibida por la cartelera.
Miguel Juan Payán