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lunes, mayo 13, 2024
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Melancolía ****

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Lars Von Trier vuelve a sorprender e inquietar con su última propuesta cinematográfica, Melancolía, que haría buena pareja con otra película comentada hace poco en estas mismas páginas, Otra Tierra, y como aquella nos ofrece una interesante y original vuelta de tuerca al género de ciencia ficción, llevándolo al terreno de lo íntimo y de los conflictos personales. Pero su Melancolía tiene alma de ópera, no de cine independiente, y contiene además algunas de las imágenes más bellas y al mismo tiempo terribles y inquietantes que podemos ver este año en la cartelera. Más atractiva que nunca, en algunos momentos arrebatadoramente bella, Kirsten Dunst hace además una interpretación que junto con la de Charlotte Gainsbourg, su hermana de ficción, deberían llevarlas a ambas a ser nominadas a los Oscar del presente año en un reparto con muchos momentos realmente brillantes.

Tenía ganas de ver esta película porque me había enganchado su argumento, la propuesta de contar un posible fin del mundo desde un punto de vista íntimo, con un drama que en algunos momentos puede llegar a recordar características de celebración, pero merced a esa especie de larga obertura del principio, eminentemente musical, reconocemos rápidamente en su verdadera naturaleza operística. Melancolía es la ópera de Lars Von Trier, y además ha conseguido que nunca más podamos volver a escuchar Tristán e Isolda de Wagner sin que rememoremos algunas de sus bellas imágenes de pesadilla. El director nos ofrece su particular versión del Götterdamerung, el fin del mundo de la mitología nórdica –ojo a la imagen de Dunst bañándose desnuda en la luz del planeta viajero Melancolía, como una valkiria rubia y demoledoramente bella que hiciera el amor con el monstruo que sirve como amenaza en la historia sin dejar de ser bello-, que llega como consecuencia de la guerra de los dioses, en este caso el planeta Tierra y el gigantesco planeta Melancolía. Es el pretexto que le permite al director ofrecernos un elegante dibujo del desmoronamiento de la supuesta felicidad –Justine en el día de su boda y de su promoción profesional a un mejor puesto en la empresa para la que trabaja, algo tan pueril como el concurso de cálculo del número exacto de piezas que contiene la botella-, que a ratos recuerda Celebración, una de las más logradas películas del movimiento Dogma 95, aunque inevitablemente acabemos pensando en un momento u otro en ecos más o menos leves o intensos de otras películas, como El año pasado en Marienbad, de Resnais, que nos recuerda una especie de guiño visual al principio, con ese plano del jardín verde con los setos, o por su intensa mezcla de géneros y su empeño en abrir nuevas puertas a la ciencia ficción, Las vidas posibles de Mr. Nobody… Incluso diría que con su potente obertura musical corre riesgos similares ante el público que El árbol de la vida, de Terrence Malick, con igual valentía, si bien luego narra su historia de una manera más sencilla de seguir por los espectadores que aquélla otra, y con algunas sencillas herramientas, como el máximo partido que saca a los objetos, la limusina que, premonitoriamente, no consigue superar el obstáculo en el camino, por mucho que los propios novios se empeñen en conducirla en un fútil intento por seguir adelante con la celebración de su boda, la foto del árbol frutal que él le regala a ella… y ella olvida no una, sino varias veces, anticipo o advertencia de lo que vendrá después en ese matrimonio recién estrenado, ese objeto con el que el niño mide si el planeta Melancolía está más cerca o más lejos de la Tierra, que da lugar a una de las escenas de revelación más inquietantes vistas en el cine en el presente año, o la sencilla cueva mágica de la tía para su sobrino, epicentro de la bella y al mismo tiempo terrible escena con la que culmina esta operística película, tan marcadamente Wagneriana que visualmente se expresa con esa cámara flotante que nos acerca a los personajes en sus cara a cara más extremos y en las situaciones más duras, como el momento en que Claire intenta meter a Justine en el baño, o la cópula desesperada de Justine en el campo de golf, que es más que sexo el equivalente de un último alarido de angustia vital.

De entre todas esas imágenes, terribles y bellas, me quedaría con la de la luna y el planeta Melancolía brillando en la noche, como dos ojos de un ser gigantesco que miraran la insignificancia de nuestro mundo y las insignificantes vidas de sus habitantes. Ese momento junto con la frase Justine le dice a Claire que no hay vida más que en la Tierra… y no por mucho tiempo, se quedan grabados como los más evocadores momentos de cine de este año.

Miguel Juan Payán

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