Parece ser que entre Lorenzo Chedas y Miguel Juan Payán van a levantar una moda en los blogs de la web con esto de las escenas más grandes de la historia del cine según ellos. Así que vamos a sumarnos a la moda de los compañeros y vamos a hacer un breve inciso sobre la que para mí quizá no es la mejor escena de la historia del cine (sería como decir si quieres más a papá o a mamá, pero en este caso, aunque suene mal, teniendo miles de progenitores) pero sí una escena que me ha marcado desde niño y que uno guarda con especial cariño por lo que pudo aprender de ella. En todos los sentidos.
Cada uno tiene sus mitos y siempre he dicho que los míos son míos propios y no tienen que ser de nadie más. Habrá gente que comparta esta escena, aunque lo dudo, pero para mí fue una de esas revelaciones cinematográficas y uno de las películas por las que el cine de John Ford me parece uno de los más complejos, brillantes e interesantes que el séptimo arte ha tenido el honor de conocer. Se trata de una de las escenas finales de El Último Hurra (1958), película alejada de los westerns que le hicieron popular, para centrarse en la historia de un político al final de su carrera, alcalde de una ciudad, que se enfrenta a un rival más joven, más apuesto y con un apoyo mayor por parte de terceras personas, muy interesadas en que nuestro protagonista, un inmenso Spencer Tracy, pierda. Y así se planta ante su última batalla, su último hurra. Por cierto que la escena incluye algún SPOILER, así que si no quieren saber qué sucede, dejen de leer, vean la película, y luego continúen su camino por estas líneas.
Sucede que, como tantas veces en la vida real, los buenos no siempre ganan, sino que son arrollados por una nueva generación. Y que la honradez y honestidad que han dirigido la vida de este hombre se diluyen ante la fuerza de la juventud, los factores no políticos y, por ejemplo, la televisión. La película acierta a entrever el poder de la pequeña pantalla en el mundo de la política antes de que se convirtiese en el motor de tantos hogares, y es uno de los motivos que lleva a la derrota final del personaje, que, pese a una bravata final, se dirige a su hogar solo, rodeado de los gritos de victoria de los seguidores de su oponente, para enfilar las escaleras de su hogar una última vez, ante la atenta mirada de un cuadro que le acompaña siempre y al que sonríe con ternura mientras se encoge de hombros. Luego al enfilar las escaleras su corazón cansado no aguanta más y se desploma.
Es esa escena cargada de tristeza y de ternura, con el héroe envuelto entre luces y sombras, con la certeza de que se ha bailado el último vals y la amargura de la derrota, la que siempre me ha recordado que muchas veces no se trata de ganar o perder, sino de mantener la cabeza alta en las derrotas. Y aquí Ford consigue emocionar al espectador sin florituras ni melodramas innecesarios, con entereza y serenidad y con ese brillante juego con la escalera que tan importante es en la película. Puro cine, bendita obra maestra y una de esas escenas que a uno le persiguen mucho tiempo después de haber visto la película.
Jesús Usero
COMENTARIOS