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sábado, mayo 4, 2024
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Mi semana con Marilyn ****

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Mi semana con Marilyn tiene su mejor baza en los actores. Michelle Williams debería ganar el Oscar como mejor actriz y lo mismo vale como secundario para Kenneth Brannagh.
La reconstrucción del rodaje de El príncipe y la corista proporciona a la película la oportunidad de repasar la peripecia narrada por Colin Arthur en un libro que sirve como base a esta interesante y muy conseguida película.  El epicentro de la historia es la relación del protagonista con una Marilyn Monroe en la cresta de la ola de su fama, papel que borda en su interpretación Michell Williams, consiguiendo que tras la primera secuencia en la que la vemos en pantalla la aceptemos como si fuera la original protagonista de Con faldas y a lo loco. Ese es el primer punto a favor de este largometraje que cuenta además con un trabajo impresionante en la personificación de Laurence Olivier llevada a cabo por Kenneth Brannagh. Si rápidamente adoptamos a la Marilyn de Williams, aún más rápidamente aceptamos a Brannagh como un más que convincente Olivier, al que ha clavado incluso en sus mejores gestos, pero además homenajea haciendo una especie de doble salto mortal, rizando el rizo, por decirlo de algún modo, ya que no sólo interpreta el papel de Olivier, sino que además interpreta su desdoblamiento en el personaje que éste encarnó en El príncipe y la corista. Y hay un momento mágico en el que Brannagh/Olivier habla con el protagonista mientras que se maquilla en el que ambos actores se convierten realmente en uno, y Brannagh deja de se totalmente Brannagh para ser únicamente Laurence Olivier.
Es el mismo fenómeno que se observa en el caso de Michelle Williams, pero en el caso de ella lo encontramos respaldado en todo momento por un uso de la luz que reproduce con enorme exactitud el arco cromático de la sesiones fotográficas protagonizadas por Marilyn en esa época. Pero en el caso de Brannagh el mérito es mayor si cabe, porque no cuenta tanto con ese apoyo, y en las secuencias a las que me refiero la magia la genera el propio actor mirando directamente a cámara en un plano medio o en un primer plano.
Frente a estas dos poderosas personificaciones, de tan logrado parecido físico e interpretativo con los originales, nos encontramos que la nota de rigor en la recración de los pesonajes principales que es una de las caracteísticas más positivas de la película, se da incluso en los papeles secundarios. La actriz que interpreta el papel de Vivien Leigh no se le parece en absoluto en el apartado del físico, pero es igualmente eficaz en su cometido,porque habla, mira y se mueve como la original. Y por acabar con lo referido al reparto, Judi Dench está inmensa, con muy poca permanencia en pantalla, pero con la contundencia que la caracteriza. Es una roca en el conjunto del relato, como parece haberlo sido para el protagonista.
Frente a ese despliegue de talento y rigor bien equilibrado y sin histrionismo en la recreación de todos estos personajes míticos del cine de los cincuenta, llama la atención que sea paradójicamente el protagonista, cuyo personaje no nos resulta en principio tan popular como los anteriores, el que en mi opinión me convence menos. Es el personaje de Colin el que encuentro que está menos perfilado, el que me resulta menos creíble y más presa del tópico, con un abuso del gesto de la sonrisa bobalicona que, para ser sincero, me pone nervioso por reiterativa y por ser un intento francamente supeficial de expresar con los labios y la boca desnudando dientes como Ringo Starr, el batería de los Beatles, la inocencia que debería estar expresándose más con los ojos.
Pero es un problema menor ante la brillantez y el talento interpretativo más convincente desplegado por sus compañeros, y ante el habilidoso trabajo del director para contar una historia que podría haber sido un huerto de tópicos pero en sus manos se convierte en un dinámico relato de homenaje al cine, el tercero a destacar que llega a la cartelera reciente tras The Artist y La invención de Hugo. Personalmente me ha gustado más que The Artist, me ha interesado más también. Creo que tiene una arco más complejo y con un desarrollo menos previsible de los personajes. Tengo que decir también que Michelle Williams me ha convencido mucho más como candidata al Oscar que Meryl Streep interpretando a Margaret Thatcher en La dama de hierro.
Junto con la reconstrucción de ambientes y el morbo de ver cómo se desenvuelve Emma Watson lejos de la saga de Harry Potter en un papel breve y secundarios pero que con todo el despliegue de figuras destacadas que tiene a su alrededor defiende de forma notable, Mi semana con Marilyn tiene el acierto de no abundar en lo previsible: no habla de la muerte de Marilyn para cerrar su historia, sino que elige terminar con un nota positiva, sin abusar del socorrido réquiem. Pero a pesar de esa actitud en positivo, no renuncia a abordar como tema central el mismo asunto que curiosamente también está en las otras dos muestras de cine dentro del cine del presente año, las ya citadas La invención de Hugo y The Artist. Me refiero a la presentación de Marilyn Monroe como un juguete roto del cine, del mismo modo que lo son tambíen, en otras etapas de la historia, el pionero George Méliès recreado por Ben Kingsley en la película de Scorsese y la estrella del cine mudo que no consigue reciclarse en el sonoro encarnada por DuJardin en The Artist.
Otro asunto que me parece interesante en la película es su habilidad para incorporar distintas microhistorias a la historia cenral de Colin con Marilyn. Me refiero a con qué poco metraje y planos nos deja claro el conflicto de celos y el miedo a envejecer de Vivien Leigh. O al drama de manipulación al que es sometida Marilyn por sus distintos asisentes, además del conflicto con su marido. O el tema de la Caza de Brujas en Hollywood y por reflejo del mismo, la situación de los sindicatos en el cine inglés. Todo ello está en la película con muy poco tiempo de ocupación en la trama, pero constituye la base sobre la que se asienta su mayor verosimilitud, y con esa incorporación de temas consigue propocionar un mayor ritmo a la trama principal.
Finalmente destacaría con qué elegancia cierra el director el círculo de su historia, haciendo que Colin recupere su naturaleza e identidad como simple espectador enamorado de las imágenes en movimiento, cautivado por la magia del cine, incluso después de haberse “incorporado al circo”, como le dice Brannagh/Olivier.
Miguel Juan Payán

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