Crítica de la película Padre no hay más que uno
Santiago Segura utiliza con destreza los elementos habituales de las comedias familiares, en donde las gracias de los niños y los chistes de fácil lectura suponen su mayor acierto.
El subgénero de los clanes numerosos, y de los problemas que conlleva hacerse cargo de una populosa prole, suele ser bastante agradecido de cara a la taquilla. Uno de sus mayores puntales comerciales estriba en que familias al completo suelen disfrutar con el humor light y moralizante que desarrollan tales películas. De La familia y uno más a Padre no hay más que dos, el cine español es prolijo en títulos de la citada naturaleza. Catálogo muestral, al que Santiago Segura le saca el debido partido, con esta cinta que sigue la tradición de los líos consanguíneos entre un padre desquiciado y unos vástagos descontrolados, que no hacen otra cosa de meterse en problemas.
El argumento refleja la situación de Javier (Santiago Segura): un tipo obsesionado con su trabajo en una empresa informática, al que su esposa siempre le reprocha que no encuentre tiempo para ella y para sus hijos en común. Un día, después de que el protagonista comunicara a su pareja que no podía ir al viaje de aniversario que tenían programado, la mujer decide escapar al Caribe, acompañada de su alocada cuñada. Esto obliga a Javier a cuidar de sus cinco churumbeles, hasta que la madre regrese a España. La misión de controlar y realizar las actividades de la casa supera al incauto informático y desarrollador de apps, quien comprueba en sus propias carnes lo difícil que es manejar con soltura el rol de su esposa en el hogar.
Santiago Segura acierta con la ligereza con la que se toma cada una de las situaciones que plantea la trama, mientras intenta equilibrar el tirón del reparto infantil con el de los adultos. Para ello, el famoso actor, director y guionista procura dotar a los personajes de los padres y del resto del elenco mayor de edad (en especial al hermano, al que pone físico Leo Harlem; la cuñada, a la que encarna con excesivas dosis de excentricidad la humorista Silvia Abril; y a la asistenta peruana) similar empaque al que ofrecen los cinco críos encabezados por la YouTuber Martina d’Antiochia. Sin embargo, las salidas de tono de los pequeños superan con creces el artificial componente cómico de los mayores. La supuesta inocencia de los actores más jóvenes juega a su favor, aunque en algunos momentos caigan en un histrionismo que les hace parecer un tanto forzados ante la cámara.
Sin grandes novedades con respecto a productos audiovisuales semejantes, Padre no hay más que uno se complace en presentar un tono amable y voluntariamente blanqueado, con diálogos que nunca exceden lo políticamente correcto, y que se contentan con no ir más allá de la mera anécdota discursiva.
Pese a las evidentes coincidencias con obras parecidas en intenciones y temática, una cosa sí hay que reconocerle al filme de Segura; y es su capacidad de espejo a lo Dorian Gray, para reflejar que la sociedad española no ha cambiado más que en las formas y en las hojas del calendario. La familia de esta movie de 2019 no dista mucho de los Alonso y sus dieciséis herederos, de La familia y uno más; y eso que entre ambas cintas dista la friolera de cincuenta y cuatro años… Parece que, en el país de la Piel de Toro, hay realidades inmutables que se resisten a entrar en el siglo XXI; independientemente de los ordenadores, los móviles, la música trap, los youtubers y los muñecos diabólicos.
Jesús Martín
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