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viernes, abril 19, 2024
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Recuérdame **

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Hay películas que tienen clara su condición desde el inicio de su metraje hasta que los títulos de crédito aparecen en la pantalla. No tienen muchas pretensiones, no pretender ser lo que no son. Sólo ofrecer al espectador lo que busca, ya sea lágrimas, risas, aventuras o espectáculo. Sin trampa ni cartón. No hace mucho hablaba desde esta página de Querido John, un drama romántico que cumple perfectamente con esa premisa. No pretende mucho más que sacar un par de lágrimas fáciles del espectador, sin importarle caer en todos los tópicos del mundo, pero con honestidad. Recuérdame es justo su opuesto.

Porque bajo su pátina de película romántica protagonizada por uno de los nuevos ídolos para adolescentes, Robert Pattison, se esconde una historia sobre la familia, la pérdida y cómo lidia cada uno con el dolor y la tristeza. Vamos, que esconde mucha supuesta miga aunque hayan querido venderla como una historia de amor más. Y ahí es donde cojea la propuesta y el conjunto se va un poco a pique. Promete mucho más de lo que ofrece. Se pierde, se difumina y naufraga intentando abarcar más de lo que puede con los mimbres que tiene. Sobre todo por culpa de un guión que hace aguas en su esfuerzo por mantener demasiados frentes abiertos.

La historia se centra, aunque parezca lo contrario, en dos familias que tratan de superar el dolor y la tragedia a su manera. Por un lado está Tyler (Robert Pattison), quien ha perdido a su hermano Michael, que se ha suicidado, lo que le lleva a enfrentarse continuamente a su padre, Pierce Brosnan, que cree que está abandonando a su hermana y a él mismo tras la tragedia. Por no hablar de toda la ira y la desesperación que causan en Tyler no comprender los motivos de su hermano. Por otro está Ally (Emile de Ravin), quien perdió a su madre en un atraco y fue testigo de su asesinato, mientras su padre, un sargento de policía (Chris Cooper), no pudo hacer nada por evitarlo. Y con ese transfondo Tyler y Ally se conocen y se enamoran pese a las distancias y al dolor, pese a los muros y las trabas (él no quiere enamorarse, ella no sabe bien qué esperar de él), y consiguen curar las heridas el uno del otro.

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Y los actores no están nada mal. Pattison es capaz de sobreponerse a la imagen de vampiro adolescente que le ha dado fama para crear un personaje interesante que, pese a la causa justa que defiende, cae antipático al espectador por la pose de chico rebelde afectado y terco sin un lugar en el mundo. Y sobre todo porque frente a él se encuentra Emilie de Ravin en una forma espectacular y dando vida a un personaje que bien podría ser un cliché continuo, pero que ella salva gracias a la energía que le aporta. Y se come a su compañero con patatas, lo que siempr ehace la relación descompensada, pro mucho que Pattison intente salvar los muebles. Lo mismo los padres. A Chris Cooper no le voy a descubrir yo ahora, pero es Pierce Brosnan quien sale vencedor de la película, con una interpretación contenida sosegada (ojo a sus momentos finales), cargada de intenciones y de control de los silencios. Los problemas surgen como tantas y tantas veces, a raíz del guión.

En un drama te puedes apoyar en los actores, te puedes impulsar en el director (aunque la labor de Allen Coulter sea algo gris y no llegue a aprovechar una ciudad como Nueva York al completo), pero el peso principal debe recaer en el guión, en al historia que desea contarnos la película. En cómo se mueven los personajes y por qué lo hacen. Es más de la mitad de la película. Y fracasa de una forma estrepitosa. Casi, casi no sabría por donde empezar. La historia es demasiado derivativa y divaga continuamente entre la trama de dolor y pérdida familiar y la trama de la relación entre los jóvenes. No sabe por cuál decantar5se realmente y ambas se resienten. La historia entre Cooper y de Ravin apenas se sustenta por la ausencia de secuencias que den un armazón a su relación. La historia de Pattison y Brosnan ronda el patetismo con el enfrentamiento en la oficina del segundo, que de puro inverosímil produce vergüenza ajena.

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Y no conforme con eso la película es lenta como ver crecer la hierba. Durante la mitad del metraje no pasa nada, no sucede nada. No hay avances, ni crecimientos personales, ni confrontaciones… Toda la historia de la lucha entre padre e hijo está planteada desde el principio y camina en punto muerto hasta el final de la película. Y eso puede convertir una película en un ladrillo de padre y muy señor mío. Porque repite una y otra vez la misma discusión. Y no termina de arrancar, de avanzar. Para cuando la historia toma algo de ritmo, ha pasado más de una hora, y sobrevivir a eso, por muy bien que estén los actores, es un milagro. Cuesta mucho entrar en la trama y muy poquito salir de ella. Todo ello culpa del guión.

Y entonces llega el final. Los últimos cinco minutos de película. Previsibles, mentirosos, tramposos, falsos y hasta cainitas. Pero funcionan. Por eso mismo funcionan. A las mil maravillas. Pese a que se masca el juego desde los primeros compases de la historia, pese a que se ve venir cómo va a terminar el invento a la legua. Pese a que son una pistola en la cabeza obligándonos a hacernos llorar. Funcionan y elevan la película por encima de la media habitual de Hollywood y de un telefilm al uso. Porque el cine es mentira y trampa y cartón. Y a la película el jueguecito de marras le sale niquelado y terminamos pensando que es una película mucho mejor de lo que hemos visto. Aunque al pensarlo detenidamente veamos cómo han hecho el truco. Aunque nos sepamos engañados de antemano.

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