Drama romántico rodado con corrección para los aficionados al género. Antes de que nadie se me lance al cuello por atreverme a darle tres estrellas a un pastel de este calibre, tenga en cuenta el lector que las estrellas son mera guía y que, dentro de los dramas románticos que aparecen en la pantalla cada cierto tiempo para atraer a un público inminentemente femenino, Todos los Días de mi Vida cumple con buena nota y dará a la gente que vaya a verla justo lo que desea. Ni más ni menos. Si acaso con menos azúcar de la habitual y con un curioso desarrollo en la trama que nunca termina de explotar el tan manido y socorrido asunto de la salvación milagrosa.
Quiero decir con esto que la película se deja ver, no ofende ni insulta a la inteligencia y que quien guste de este tipo de películas disfrutará, reirá y llorará con la historia de este matrimonio que sufre un accidente de coche en el que ella pierde parcialmente la memoria, no recordando nada de su marido y su matrimonio, que forman parte de sus años en blanco. A partir de ahí él tratará de reconquistar su amor haciendo todo lo que sea necesario para ello. Incluso lo que más dolor le pueda traer.
Con estos mimbres pueden imaginarse la historia sin muchos problemas, pero la película juega a contárnosla sin cargar demasiado las tintas y aprovechando la excelente química que hay entre sus dos protagonistas, Rachel McAdams y Channing Tatum, que funciona de veras y que se nota, ante todo, en las escenas de humor, como cuando ella pregunta quién es el presidente, el momento del mal olor en el coche o el lago. Además aprovecha la presencia de dos grandes como Jessica Lange y Sam Neill, aunque personajes como el de Sarah Carter o el exnovio de la protagonista al que da vida Scott Speedman, queden desdibujados.
Recordando otro exitazo de Tatum en este mismo género, Querido John, esta película la supera con creces. Ni fuerza tanto la historia hasta momentos inverosímiles, ni lleva al espectador a odiar a sus personajes. Sí, es cierto que tras el accidente ella se convierte en una niña malcriada y conservadora, y que la tropa de gafapastas que acompaña a la pareja (o hipsters que les llaman ahora los americanos) es lamentable, pero la esencia del relato se mantiene perfectamente a flote.
Ayuda también un director que trata de poner algo de ingenio visual en la pantalla en una película que podía haberse rodado como un telefilm. Michael Sucsy demuestra cierto estilo, cierto interés por hacer la historia visualmente competente, como demuestra la brillante escena del accidente con la que se abre la película. Un comienzo rápido, fulgurante, que acelera la trama cosa mala. El resultado es lo que vemos, cine para llorar que cumple su cometido, que encandilará a muchas espectadoras, y que confirma a su protagonista masculino como un reclamo de primer orden dentro de este género.
Jesús Usero
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