Crítica de la película Wild Rose
Jessie Buckley se desmelena en este musical de naturaleza country, cuyo estilo recuerda al de The Commitments.
La voz rota y agresiva de Jessie Buckley alerta a los espectadores sobre el tono agridulce de este musical, que no sigue la norma habitual de las producciones del género calificado como feelin’ good. Pocas cosas de las incluidas en el guion de Wild Rose sirven para alcanzar el estado de bienestar que se percibe con Mamma Mia! o Amanece en Edimburgo; ya que la zozobra existencial que se respira recuerda más a las contorsiones dramáticas de The Rose, o a los accesos aguardentosos y costumbristas de The Commitments y Fama (más la película de Alan Parker, que la homónima serie de televisión).
Tom Harper construye una historia más cercana al cine de Ken Loach, que a los grandes espectáculos melódicos que copan las carteleras teatrales y cinematográficas. Pero el ejercicio resulta realmente estimulante, gracias sobre todo a la enérgica interpretación de la irlandesa Jessie Buckle. La actriz de Chernobyl realiza una caracterización memorable, en la piel de la peleona y soñadora Rose Lynn: una chica de Glasgow que acaba de salir de la cárcel, y que es capaz de arriesgar cualquier cosa por su anhelo de viajar a Nashville, en USA.
La trama arranca con el fin de la condena de Rose Lynn, la cual ha soportado doce meses en la trena por pasar droga desde los muros del penal. La salida de la chica está condicionada por una pulsera localizadora; lo que limita mucho su radio de acción. Nada más estar fuera, Rose se acerca a su casa, para ocuparse de sus dos hijos, que ha cuidado su madre durante la ausencia de la joven. Tras el reencuentro familiar, Rose pasa por el local donde cantaba al lado de una banda, pero la encargada le comunica que ha perdido el puesto por su actitud agresiva. Sin renunciar al country que lleva en las venas, la protagonista acepta un trabajo como limpiadora, en casa de una mujer acomodada. Esta descubre el talento de la expresidiaria para interpretar música al estilo de Patsy Cline, y utiliza sus contactos para ayudar a la solista en su empeño de dedicarse a la música. Cuando las cosas parecen arreglarse, la aspirante a estrella tendrá que decidir qué es más importante para ella: seguir su deseo de alcanzar la fama en los escenarios, o ser una buena madre para los dos pequeños que están a su cargo.
El filme sigue las vicisitudes de Rose Lynn con imaginación, sin llegar nunca a plantear realidades increíbles por halagüeñas. En este sentido, Tom Harper echa mano de la carga humana y sentimental que desprenden los personajes, siempre aposentado sobre una óptica costumbrista; la cual sirve para programar los números musicales, desde la certidumbre del desencanto.
Rose Lynn se presenta ante los espectadores como una mujer ahogada en una ciudad que no comprende su pasión por el country, y que debe esforzarse por no sucumbir al desánimo que la rodea. Rendirse o morir, esta es la dicotomía que transmite el guion del filme; tesis que Jessie Buckle afronta con una caracterización sin freno de mano.
Jesús Martín
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