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miércoles, diciembre 11, 2024
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2012: la madre de todas las catástrofes

Sospecho que tal como afirmaba un compañero al salir del pase de prensa, algunos intelectualoides de rastrillo con pocas luces van a ir a saco con el cuchillo jamonero contra esta entretenida película que tiene sin duda sus cosas buenas y sus cosas malas, pero a la que si algo no puede reprochársele es la intención de engañar al espectador. De manera que lo primero que quiero aclarar es que no vale llamarse a engaño: el que se meta a verla sabe perfectamente lo que le espera. Emmerich cocina dos horas y media de cine de catástrofes en estado puro y, eso sí, a una escala nunca antes vista en la pantalla grande. El despliegue de medios para permitir que el director alemán pueda no ya reproducir la erupción de un volcán, un maremoto, un terremoto o un tsunami, sino todo eso junto al tiempo que se carga todo el planeta con una hecatombe de proporciones y ecos claramente bíblicos dignos del Antiguo Testamento, es algo nunca visto antes. Nadie podrá discutirle a esta producción su espectacularidad y la capacidad para engancharnos por la vía de lo circense y de unos paisajes de demolición que forzosamente nos atrapan en la trama, por repetitiva y tópica que sepamos que ésta va a resultar.



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Sospecho que tal como afirmaba un compañero al salir del pase de prensa, algunos intelectualoides de rastrillo con pocas luces van a ir a saco con el cuchillo jamonero contra esta entretenida película que tiene sin duda sus cosas buenas y sus cosas malas, pero a la que si algo no puede reprochársele es la intención de engañar al espectador. De manera que lo primero que quiero aclarar es que no vale llamarse a engaño: el que se meta a verla sabe perfectamente lo que le espera. Emmerich cocina dos horas y media de cine de catástrofes en estado puro y, eso sí, a una escala nunca antes vista en la pantalla grande. El despliegue de medios para permitir que el director alemán pueda no ya reproducir la erupción de un volcán, un maremoto, un terremoto o un tsunami, sino todo eso junto al tiempo que se carga todo el planeta con una hecatombe de proporciones y ecos claramente bíblicos dignos del Antiguo Testamento, es algo nunca visto antes. Nadie podrá discutirle a esta producción su espectacularidad y la capacidad para engancharnos por la vía de lo circense y de unos paisajes de demolición que forzosamente nos atrapan en la trama, por repetitiva y tópica que sepamos que ésta va a resultar.

De manera que, señores intelectuales, guarden el cuchillo para mejor ocasión. 2012 es un producto que funciona, concebido con unas coordenadas muy claras e incluso se permite bromear con todos los tópicos y lugares comunes del cine de catástrofes, incluyendo guiños a la iniciadora de la moda en los años setenta, La aventura del Poseidón y juegos con el espectador sobre la credibilidad de este tipo de fábulas de marcado talante milenarista que me llevan a pensar que Emmerich es un tipo mucho más inteligente de lo que podría pensarse por el simplista planteamiento de sus películas. Me refiero por ejemplo al chiste sobre el gobernador de California, Arnold Schwarzenegger (toda una lección de la credibilidad que pueden inspirarnos los políticos en general), y a qué oportuno desenlace conduce su discurso tranquilizador. Me refiero también a la alusión a “el mismo túnel en el que murió la princesa Diana”, a la cita actualizada de Tiburón que suelta Cusack: “me parece que vamos a necesitar un avión más grande”, o ya en clave de humor más visual, a la imagen del portaaviones gigantesco USS John F. Kennedy cayendo sobre la Casa Blanca, y a otros chistes verbales y visuales que adornan la película y me hacen sospechar que a Emmerich le pasa un poco con el cine de catástrofes que tan destacado protagonismo tiene en su filmografía (Independence Day, Godzilla, El día de mañana) algo parecido, salvando las distancias, a lo que le ocurría a Douglas Sirk con el melodrama: que él mismo no se lo toma muy en serio y deja pistas al espectador para que haga lo propio.

Quizá por eso es posible que el personaje con el que más se identifique Emmerich sea el blogero visionario aficionado a las teorías de conspiración interpretado por Woody Harrelson, quien entre bromas y veras acaba dando casi totalmente en el clavo con sus deducciones frikis y al que el argumento proporciona la resolución más digna y épica de entre todos los muchos personajes implicados en la trama. Ese protagonismo coral es por otra parte un acierto, ya que le permite manejar varias historias consiguiendo que el público no se agote siguiendo sólo las peripecias de un personaje y proporciona una propuesta más variada de opciones de identificación, en la clave de lo que yo suelo llamar “películas supermercado”.

Me explico: como película concebida con un marcado objetivo eminentemente comercial, 2012 aspira a seducir al público más amplio posible, de manera que encontramos que cada espectador cuenta con la posibilidad de identificarse con la situación que vive alguno de los personajes. Los padres jóvenes sin duda entenderán sobre todo la situación del personaje interpretado por Cusack, que intenta salvar a su familia del desastre a toda costa, mientras que los padres más mayores con hijos que están o han pasado ya por la adolescencia verán reflejados sus temores de distanciamiento e incomunicación con los mismos en los fragmentos de separación o despedida de padres e hijos que salpican toda la película. A los más jóvenes sin duda les queda la opción de vivir la aventura desde los ojos del científico soltero y sin compromiso que va a encontrar el éxito ganándose la confianza de los más poderosos en un mundo que se derrumba y está liberado de ataduras para partir de cero llegado el caso. Y por supuesto hay niños suficientes como para que hasta el público infantil pueda pasar un rato entretenido con el asunto. De ahí el término “película supermercado”, en la que además hay catástrofes para todos los gustos y de todos los colores.

De manera que ante 2012 sólo cabe decir lo mismo que afirmaban en el título de aquel programa presentado por Santiago Segura: ¡sabías a lo que venías! Emmerich no engaña. Por el contrario, da todo lo que promete e incluso algo más, porque para ser sincero cuando en la distribuidora me dijeron lo que duraba la película, casi me echo a temblar. Me temía lo peor, pero me encontré con un digno espectáculo audiovisual y no tuve problema en disfrutar del mismo traduciéndolo como merece, esto es, haciendo memoria y recordando las sensaciones que me asaltaron cuando mis padres me llevaron al cine por segunda vez en mi vida para ver un preestreno de Krakatoa, al este de Java, en el entonces revolucionario sistema Cinerama. A aquel visionado más tarde se añadió otra visita acompañado por mis primos para ver El coloso en llamas en unas sesión de las 10 de la noche, y creo que a aquellas películas les debo haberme dejado atrapar por la pasión por el cine el resto de mi vida. Aunque posteriormente empecé a cultivar mis preferencias con otro tipo de producciones de mayor enjundia, reconozco que durante el pase de 2012 pude volver sin dificultad a mirar a la pantalla con aquellos ojos de niño impresionado por el espectáculo, especialmente desde el momento en que los protagonistas intentan escapar de una ciudad de Los Ángeles que se hunde dejándonos muy claro que la escala de destrucción que está dispuesto a manejar Emmerich en esta ocasión es ciclópea, absoluta, irremisible y totalizadora. Una total y desinhibida demolición del mundo tal y como lo conocemos que incluye algunas escenas, como la de las torres de cristal partidas por la mitad con la gente cayendo al vacío desde las oficinas que me recordó el atentado contra las Torres Gemelas a una escala que habría espantado al mismísimo Bin Laden.

Tal y como ya he comentado, si algo define a 2012 es que resulta visualmente impresionante y muy entretenida. Es imperdonable que una película de catástrofes resulte aburrida, como lo era por ejemplo El día del fin del mundo, que para más irritación estaba perpetrada por el reinventor de este subgénero, Irwin Allen, confabulado con estrellas de relumbrón como Paul Newman o William Holden. No es el caso de 2012 que a pesar de las dos horas y treinta minutos de metraje, no para un momento de suministrarnos planos llamativos, impresionantes, aumentando su apuesta en un pulso con el ritmo de la narración que Emmerich gana sin dificultad proporcionando además un curioso giro final hacia la ciencia ficción al argumento que consigue desatascar la peripecia cuando empezaba a quedarse algo encallada.

Pero si bien la eficacia de 2012 es abrumadora, eso no significa necesariamente que no tenga tantos errores como desaciertos. La aprecio en lo que vale a modo de resumen-homenaje de la claves del cine de catástrofes, pero por otra parte no es menos cierto que flojea enormemente en las escenas dramáticas, luciendo unos diálogos atrapados en el tópico (un buen ejemplo es la frase “me temo que ahora mismo no soy buena compañía”, que no está tan gastada como aquella otra de “mi hogar está donde estés tú”, o la socorrida “quítame tus sucias manos de encima”, pero es de la misma catadura). Uno puede desenchufares tranquilamente de los fragmentos dramáticos de diálogo en plano contra plano porque nadan en lugares comunes y reengancharse al relato automáticamente cuando reaparece la catástrofe propiamente dicha.

Por otra parte, la reiteración es otro de los problemas de la película. Nos encontramos hasta con tres secuencias de despedida de padre e hijo, todas ellas iguales. Y la acumulación y repetición les resta el poder evocador a su reflexión sobre la incomunicación, el aislamiento y el reencuentro. Basta con que piensen en el desenlace de Señales del futuro, otra película de catástrofes, para entender por qué al tratar estos temas vale más no reiterar el mismo asunto, ya que en este caso, menos es más, y viceversa, más -la repetición de 2012– acaba siendo menos. En la reiteración ocurre algo parecido con las secuencias de coches y aviones escapando, pero en ese caso los efectos especiales echan el resto para que no nos importe porque es en esos momentos cuando se despliega el mayor atractivo de la película, que como he dicho son sus efectos especiales.

Resumiendo que en lo referido al guión y el diálogo la cosa es bastante floja, previsible, adicta a los lugares comunes y ajena a todo tipo de riesgo. Juega sobre seguro con momentos tópicos de probada eficacia para tejer fábulas sin complicarse la vidas pero también sin aportar nada nuevo al género que homenajea, recicla y despacha con todo el vigor visual de su propuesta técnica.

Pero me divertí tanto viéndola que se lo perdono. Si van a verla que sea como me proponía ayer una antigua alumna a la que le di clases de Historia del Cine y Géneros cinematográficos hace un año o dos: con un cajón de palomitas bien grande y dispuestos a dejarse seducir por lo que podríamos calificar como la madre de todas las catástrofes.

Miguel Juan Payán

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