Crítica de Adiós, señor Haffmann
Crítica de la película Adiós, señor Haffmann
Brillante planteamiento escenográfico de Fred Cavayé, quien dirige una película cuya acción transcurre mayoritariamente en interiores, con tres actores como epicentro dramático.
Tres personas obligadas a convivir bajo una situación extrema y salvaje. Un matrimonio en profunda crisis sentimental y un hombre atemorizado por las amenazas provenientes del exterior; esos son los elementos humanos que conforman la angustiosa película de Fred Cavayé, que se basa en la no menos impactante obra teatral de Jean-Philippe Daguerre.
La trama transcurre durante la Segunda Guerra Mundial, dentro de la traumática ocupación de Francia, por parte de las fuerzas nazis. En la ciudad de la luz trabaja un reputado joyero judío, llamado Joseph Haffmann (Daniel Auteuil). Este hombre percibe el temor que inspiran los invasores de la esvástica, por lo que arregla los papeles para que su esposa y sus hijos huyan a la zona libre del país. Sin embargo, él se queda atrás, para concretar cómo salvar su tienda del expolio teutón. Tras pensarlo detenidamente, el joyero pide la ayuda de su empleado, un tipo callado y aquejado de cojera que responde a la identidad de François Mercier (Giles Lellouche). El trato consiste en que Mercier se hará cargo del negocio, con cambio de la escritura y del letrero de la entrada, hasta que finalice la contienda bélica. Una vez hilado todo el asunto burocrático, Haffmann acude a la ansiada cita con la persona destinada a sacarle de París; pero las cosas han virado de manera negativa para los que huyen, y el joyero debe regresar a la tienda, para ser ocultado por Mercier y su esposa. La relación entre los tres empieza a mostrar el lado más oscuro de François, quien llega a proponer a su amada Blanche (Sara Girardeau) que convenza a su jefe para que engendre el hijo que él es incapaz de generar. Poco a poco, el supuesto refugio se transforma en una cárcel insoportable para Joseph Haffmann, quien descubre la sordidez del individuo al que ha llegado a confiar su preciado negocio, e incluso su vida.
Fred Cavayé diseña una película opresiva y de atmósferas tenebrosas, para configurar los actos de tres personajes que se mueven por objetivos diferentes. Un triángulo dramático en el que brilla con intensidad la caracterización de Sara Girardeau, quien otorga una humanidad desbordante a su rol de la comprensiva y confusa Blanche Mercier. Ella es la que, con sus miradas empáticas y sus acompasados gestos, consigue hacer evolucionar una historia engullida por la bestialidad que supuso la persecución nazi. Junto a la magistral Girardeau, Daniel Auteuil ejecuta un trabajo de contención emocional de gran calado, mientras que Giles Lellouche explota la malignidad evidente de un aspirante a joyero que envidia el talento de Haffmann, y al que no le importa someter a su víctima a las más lacerantes humillaciones personales.
Sólida a nivel argumental y con diálogos coherentes, Adiós, señor Haffmann es un excelente vehículo para acercarse al terror ocasionado por el Tercer Reich, y que hizo mella en los franceses cuando las hordas de Hitler tomaron la nación de La Marsellesa. Un miedo que, según la película de Cavayé, también contribuyó a sacar lo peor de parte de los individuos del país de Alejandro Dumas. Un hundimiento en el infierno amoral de los seguidores del autoproclamado Führer, que se negaron a practicar los ciudadanos que mantuvieron los comportamientos morales ajenos a la barbarie generalizada, como el que personifica la valiente y conmovedora Blanche Mercier.
Jesús Martín
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