Crítica Back to Black película dirigida por Sam Taylor-Johnson con Marisa Abela, Ryan O’Doherty, Jack O’Connell
Melodrama de romance y autodestrucción para una buena actriz.
Lo primero que hay que apuntar en positivo a esta película es el trabajo de su protagonista. Marisa Abela se enfrenta a la misión imposible de interpretar al icono Amy Winehouse con una solidez que se asienta sobre su capacidad para no dejar que los tópicos sobre la personalidad autodestructiva de la cantante devoren su interpretación.
Amy frente a “AmyWinehouse”
Claramente orientada a hacer de su Winehouse un personaje cercano y lejos de dejarse secuestrar por las obligaciones para con el icono, Abela compone una protagonista que parece empeñada en ser gente corriente al mismo tiempo que escala la empinada cuesta de la fama.
En esa tensión entre el anonimato y la fama, que la Amy de Abela claramente nunca llega a comprender, como aclara el diálogo con Blake después de su reencuentro cuando hablan de los paparazzi que tiene apostados las 24 horas delante de su casa, está lo más interesante del contenido de la película, cuya Amy es más Amy que esa otra criatura en la que se transforma en el escenario a la que podríamos llamar AmyWinhouse, así, todo seguido, para diferenciar a la estrella de la persona, al juguete roto de la adicta autodestructiva que quiere ser anónima.
Abela se convence y nos convence de que su Amy es gente más o menos corriente, víctima de una relación tóxica, no solo con Blake, sino también con la fama. Y por ese camino la película funciona en su mejor aporte como una historia de “amour fou” que bien podría ser la materia prima de una de las canciones de AmyWinehouse pero le pasa a gente real, no al mito ni al icono de la música.
Esa Amy simplemente Amy, enamorada, adicta, autodestructiva, inquieta, insolente, insegura y sobre todo solitaria, náufraga en una isla de pérdidas, vive, respira, interesa, por el trabajo de Abela más que por la curiosidad, el homenaje o el intento de construir un monumento a AmyWinehouse, así, todo seguido.
Y es así como la película consigue algo que suele ser difícil encontrar en las biografías falseadas y adornadas de figuras famosas: que la figura famosa quede en un saludable segundo plano para dejar espacio a un personaje que, sin ser una persona y sino simplemente otra variante de figura de ficción que consecuentemente sigue moviéndose siempre en el territorio del melodrama más que del drama, nos resulte suficientemente cercano como para que nos parezca interesante lo que pueda ocurrirle.
Referentes y planteamiento visual
Mérito en este caso de Abela y de las decisiones de puesta en escena que me han recordado en muchos momentos, para bien, la muy recomendable The Commitments (1991) de Alan Parker que la cobertura visual de Bohemiam Rapsody (2018), lo cual es puro ejercicio de coherencia y homenaje a la propia Amy Winehouse. La otra película de referencia obligada es La rosa (1979), inspirada por la vida de Janis Joplin, dirigida por Mark Rydell y protagonizada por una espectacular Bette Midler.
Espectadores/cómplices
Obviamente la sombra de la fama siempre es alargada en este tipo de productos. Es el principal motor de todo el asunto, tanto para los responsables de la película como para el propio público. Eso nos señala como cómplices desde nuestra inclinación morbosa por acercarse y zambullirse en los gozos y las sombras de sus mitos, que es tanto como robarles un trozo de su fama.
Aunque no nos guste, eso nos sitúa como espectadores más del lado de Blake (un muy sólido Jack O´Connell como refuerzo y complemento de Abela) cuando se acerca a Amy en el bar y se pone a ligar con ella sabiendo quien es. Y, hay que decirlo, nos convierte en cómplices de los paparazzi que disparan contra ella con sus cámaras para proporcionarnos nuestra libra de carne y escándalo, por mucho que empaticemos con esa Amy paulatinamente abocada a la piscina de la autodestrucción saltando desde el trampolín de la fama, al menos en la versión un tanto simplista de los acontecimientos que rodearon la vida de la cantante tal como nos las quiere transmitir la película, con cuyas conclusiones no tenemos por qué comulgar ni estamos obligados a suscribir privándonos de nuestra propia opinión sobre el asunto.
Al menos la película no comete el error de hacer de Blake una especie de materialización bidimensional de la afición por los malotes de la protagonista, sino que incluso parodia esa versión/explicación de la tragedia de AmyWinehouse volcada en culpar a Blake como antagonista de melodrama romántico aludiendo al tema de las Shangri-Las que el propio Blake reinterpreta con mímica, sino que además le da espacio al personaje para explicar su conflicto -según dice le gusta autosabotearse- y el carácter tóxico de su relación con Amy.
Más allá del “Amour fou”
Frente a ese epicentro sentimental y de amor condenado que acaba siendo el motor de la historia de Amy y Blake, la historia de Amy Winehouse se queda reducida en otros aspectos muy interesantes de su trayectoria que son descartados o solucionados con breves pinceladas, como todo lo referido a la industria de la música y el papel en el ascenso y caída de Amy. Aunque la película se las ingenia para dejar caer entre líneas y para el público avispado un claro comentario sobre la diferencia entre el origen espontáneo y libre de la creatividad no intervenida por los intereses comerciales con ese regreso a la sala de conciertos en la que arrancó su carrera la protagonista acompañada por su padre y ese diálogo al salir de la reunión con los empresarios en la que Amy resume cuál es la fuente de inspiración de sus temas, afirmando “Necesito que me pasen cosas”.
No hay mucho más sobre su proceso de creación y su trabajo propiamente dicho, sino que la vida privada y la fábula de “amour fou” y pérdida acaba devorándolo todo.
La película está bien de ritmo, pero me pregunto: ¿Habría merecido quince minutos más de metraje para entrar algo más en esos aspectos sobre la carrera de Amy Winehouse para jugar una baza más ambiciosa de alternancia de lo público y lo privado?
Yo pienso que sí.
Miguel Juan Payán
Crítica Back to Black
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