Crítica El menú
Atrayente y electrizante película sobre la alta cocina, donde un chef algo desequilibrado está dispuesto a ofrecer una cena inolvidable.
Una isla desierta, un tiempo desapacible, un restaurante con pinta a museo de los horrores tamizado por su intención de ofrecer una sesión macabra de Masterchef, un grupo de comensales pedantes y obnubilados por los platos con complejo de obras de arte, y un anfitrión empeñado en quedar por encima de sus selectos invitados. Estos ingredientes son los que combina Mark Mylod, para elaborar El menú: una ingeniosa y suculenta sátira sobre la dictadura mediática de los fogones, la cual mezcla comedia negra con chistes chorreantes de hemoglobina y aceite de oliva, thriller de constancia agresiva, terror de matarife y drama de tintes existenciales y sibaritas.
La historia arranca con el desembarco de varias parejas con ropa de marca y soberbia a raudales, dispuestas a disfrutar de una cena en el restaurante del esquivo chef Slowik (Ralph Fiennes). Todos los invitados han pagado una cantidad excesiva por participar en la velada. Entre ellos se encuentra Tyler (Nicholas Hoult): un joven millonario obsesionado con la habilidad de Slowik para diseñar los platos más sorprendentes, quien va junto a una chica ajena al divismo del creador culinario y de sus estirados compañeros, cuyo nombre es Margot (Anya Taylor-Joy). Precisamente, ella es la única que no responde a los roles asociados por Slowik a sus odiados invitados; y, desde el principio, el relato corre parejo a las revelaciones constantes relacionadas con cada uno de los importantes comensales, y que ensalzan el duelo a muerte de miradas y palabras que despliegan Slowik y Margot.
Mark Mylod gestiona, con un peculiar gusto por el minimalismo escénico, una película que funciona como un mecano, con un engranaje milimétrico y plagado de giros argumentales. Este laberinto emocional incluye claras similitudes situacionales con la novela Diez negritos, de Agatha Christie; pero también establece interesantes conexiones con El silencio de los corderos (el papel de Slowik parece inspirado en el de Hannibal Lecter) y El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante, de Peter Greenaway (el parecido en este caso es más a nivel estético que argumental).
Frente a semejante perspectiva artística, El menú apuesta por sostener el peso del relato sobre la exposición de dos personajes tan diferentes y contrarios en sus motivaciones y actos como el excéntrico y disciplinado Slowik y la caótica y mentirosa Margot. Dentro de su carcasa dramática, Ralph Fiennes diseña un trabajo realmente inquietante, muy en la línea del efectuado bajo la máscara de Lord Voldemort, de la saga de Harry Potter. Por su lado, Anya Taylor-Joy arropa su caracterización de Margot con la perspicacia y efectividad de su elocuencia casi mimética, y un rictus carente de admiración o de simple comprensión hacia los mensajes que esgrime el singular Slowik.
Con Fiennes y Taylor-Joy en el plan descrito, el film podría definirse como un western culinario, en el que las balas son sustituidas por cuchillos y tenedores, diluidos en diálogos cortantes y al adecuado punto de cocción. Un esqueleto eficaz, que el director Mark Mylod potencia acertadamente, con la evolución del guion en formato de carta, pensada para paladares peculiares (la cinta se divide en cinco platos, que se corresponden con las humillaciones pensadas para cada una de las parejas de comensales). Recurso táctico que se explica por el peso que tiene en la obra la crítica a la cocina de altura: digresión alimentaria que eleva los platos a la categoría de lienzos firmados, dispuestos con chispazos de eternidad sobre la porcelana de los platos.
Jesús Martín
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