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Crítica La primera profecía película dirigida por Arkasha Stevenson con Nell Tiger Free, Bill Nighy
Pobre, aburrido y poco estimulante intento de prolongar una saga agotada.
De qué va La primera profecía
Una novicia tropieza en un convento escuela con una conspiración para traer al mundo al anticristo en la Roma de los años setenta.
Crítica La primera profecía
Esta última intentona de crear una nueva vida para la saga de La profecía acaba por llevar la franquicia a un laberinto aburrido del que la película no es capaz de salir ni siquiera mezclando dos clásicos bastante diferentes del terror en su ADN.
Falta de estímulos y nada nuevo que contar
A ratos imitación de claves de La semilla del diablo (Roman Polanski, 1968), dicho sea de paso equivocadas y que se quedan en la explotación del morbo prescindiendo totalmente del subtexto de denuncia social de abusos en el matrimonio que planteaba el original, se fusiona con un torpe intento de poner a punto una innecesaria precuela dentro del canon de La profecía (Richard Donner, 1976).
La primera profecía busca sacar de esa fusión algo nuevo que añadir, misión imposible en una franquicia que ya lo contó todo en su primera película y cuyas secuelas y remakes no ha dejado de demostrar desde hace varias décadas que el argumento de la película de Donner no daba más de sí no había nada más que contar.
La película deja ya claro desde su planteamiento visual en las primeras imágenes y con la resolución en las mismas del personaje de Charles Dance, poco más que un cameo, su falta de capacidad para generar estímulos que lleven al público a sentirse si no inquieto al menos intrigado por ver hacia dónde van la historia y los personajes.
Ni en el territorio de la intriga funciona porque su argumento y giros de guion son mucho menos sorprendentes y más previsibles de lo que parecen haber pensado los creadores de la película: la verdadera identidad de la portadora del 666 no es una sorpresa, como no lo es el desarrollo de la compañera de habitación ni la revelación del reparto general de antagonistas. Todo ello se ve venir de lejos.
Páramos de lentitud
Además, atraviesa páramos de lentitud alternados con momentos de supuesto terror que dan lugar a momentos de comedia involuntaria, como la resolución del personaje del joven de la discoteca. El personaje del padre Brennan y su actor, Ralph Ineson, hombre de voz cavernaria particularmente perturbadora, no está aprovechado aunque cualquiera con un mínimo de instinto narrativo es capaz de advertir que tenía posibilidades interesantes y la capacidad para aportar un necesario respiro a la trama de la protagonista, omnipresente hasta resultar cansina, e incluso reforzarla cuando cae en el hastío, cosa que ocurre mucho antes de lo esperado incluso en una película que en su conjunto llega a resultar agotadora y lenta en muchos momentos.
María Caballero como Luz, la compañera de la protagonista, e Ishtar Currie-Wilson como la perturbadora hermana Anjelica son mucho más interesantes tanto por actuación como por posibilidades de sus personajes que lo que le ocurre a la protagonista y a su joven protegida. En ellas y en el padre Brennan está lo que se salva de toda la película.
Agotamiento de las monjas-monstruo
En lo referido a puesta en escena y ritmo no es buena noticia para la película que ya desde su principio resulte más bien anodina respecto a otras propuestas vistas en el territorio del terror asociado al catolicismo, especie de subgénero sospechosamente en alza en el mundo anglosajón, con multiplicación de monjas-monstruo, vírgenes satánicas y demonios de visita en los conventos que parecen empeñadas en imitarse unas a otras como si formaran parte de una conjura para perpetrar repeticiones sin sentido de las mismas fórmulas.
Y en lo que se refiere a la explicación de por qué ocurre todo lo que ocurre en la conspiración del anticristo es simplemente absurda e ingenua e inasumible por un cerebro con más de dos neuronas operativas, tanto en las motivaciones que se esgrimen para poner en marcha ese disparatado plan como en la manera de presentar visualmente la revelación del mismo.
En lo referido a la manera en que se resuelven los momentos de terror, poco susto, un gore domesticado y un momento en el desenlace que sonroja, cuando la fémina víctima manifiesta físicamente los resultados de su encuentro con el maligno con unos gestos que al menos a mí me han recordado la Macarena de Los Del Río.
Y para rematar todo eso, se innecesariamente larga.
Te gustará si te gustó
Es la peor de todas las secuelas de La profecía (Richard Donner, 1976).
Miguel Juan Payán
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