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Crítica Los Juegos del Hambre. Balada de pájaros cantores y serpientes película dirigida por Francis Lawrence con Tom Blyth, Rachel Zegler, Hunter Schafer
La precuela de la saga protagonizada por Jennifer Lawrence sobre el exitoso Battle Royale distópico se eleva como un blockbuster absolutamente ejemplar
De qué va Los Juegos del Hambre. Balada de pájaros cantores y serpientes
Décadas antes de las aventuras protagonizadas por Katniss Everdeen, Panem se enfrenta a la celebración de los décimos Juegos del hambre. En el Capitolio, el brillante Coriolanus Snow (Tom Blyth) espera ganar el premio que le permitirá asistir a la universidad, pero un cambio de última hora obstaculiza sus planes: la doctora Volumnia Gaul (Viola Davis) y el decano Highbottom (Peter Dinklage) han acordado convertir a sus alumnos en mentores de los contendientes en los juegos. Un sorteo que empareja a Coriolanus con la singular y rebelde Lucy Gray Baird (Rachel Zegler).
Crítica Los Juegos del Hambre. Balada de pájaros cantores y serpientes
Hace una década, el director Francis Lawrence, que venía de enaltecer la diabetes con ese esperpento llamado Agua para elefantes (2011), tomó las riendas de una saga en absoluta alza después de que Gary Ross encandilase a la crítica con su mirada temblorosa indie sobre una distopía juvenil que bebía a borbotones del exitazo de Kenji Fukasaku, Battle Royale (2000), y le incorporaba un triangulo romántico funcional sobre el que sustentar un levísimo aderezo político. Lo que nadie esperaba es que este cambio de filosofía artesanal, donde se sustituía a todo un ganador de globos de oro por un hombre de estudio, significaría abandonar la creencia equivocada de que esa Los juegos del hambre (2012) suponía algo mas que un prólogo disfrazado de enjundia y se dotaría al entretenimiento adolescente de la entidad dignificante que siempre se le ha había negado.
Francis Lawrence se percató de que En llamas (2013) daba inicio a la verdadera revolución y por eso empleó toda la buena mano mostrada en Constantine (2005) en incendiar la pantalla y al público con un jugosamente cárnico despliegue de desarrollo psicológico, tejemaneje propagandístico opresor y épica desvergonzada en su cariz emocional operístico. Todo un torpedo a la línea de flotación de los que miraban por encima del hombro al producto diseñado para la juventud, evidenciando que cuando alguien trata con respeto y mimo su material puede dejar la huella que desee. Huella que, cierto es, finalmente se cerro con caligrafía irregular por culpa de la moda de los dípticos en busca de la taquilla capaces de rebajar una conclusión de aupa en dos cintas bastante menos notables. Esto le supo a cuerno quemado al bueno de Lawrence, que veía como una obra donde había depositado su cariño capitulaba entre el molesto, e injusto, runrún de no estar a la altura.
Por suerte Suzane Collins parió una nueva y magnífica oportunidad cuando en plena pandemia sacó a la luz el viaje de un Coriolanus Snow que en las novelas únicamente disfrutaba de dos (contundentes) apariciones. De inmediato la maquinaria hollywoodiense se puso manos a la obra en eso de exprimir una gallina que andaba bien tranquila y Lawrence vio el momento de enmendarse a sí mismo. Y vaya si lo ha hecho.
Los Juegos del hambre: balada de pájaros cantores y serpientes es la mejor película de toda la saga y resulta, al menos, tan disfrutable como ese vasallaje de los veinticinco que cerraba con la eclosión de una forma de entretenimiento que ha tardado estos diez años en encontrar un homólogo mas que digno. La gran ventaja de la que parte esta precuela se resume en la misma autoconclusión del propio relato, cuya ausencia de segmentación rezuma respeto por un espectador demasiado acostumbrado a un “continuará…” sacacuartos y castrante con la capacidad cinematográfica para levantar un monumento redondo y entero. El arco argumental presentado en tres actos alude a la concepción más clásica del término, donde nuestro Coriolanus transita el cambio ante nuestros ojos sin que chirríe ni un momento de atropello. Cada circunstancia actúa en su justo momento sin preocupación porque el metraje se pueda alargar mas allá de lo que la abstinencia del smartphone se puede permitir. Sin embargo, y aquí viene lo verdaderamente encomiable, Collins y Lawrence se las apañan para entrelazar su fondo conservador con una forma anti-intuitiva sublime. Lo que presenciamos es un enmendado de plana al algoritmo del Blockbuster similar al que supone Katniss para Snow una vez contemplada y entendida su relación Lucy Gray. Lo que en cualquier producto se circunscribiría al nudo, aquí se muestra en presentación de lenta cocción, la traca final artificiera de los propios juegos que dan título se traduce en nudo espectacular y el viaje personal de diatriba moral se decide en suave desenlace rupturista. Un portento maravilloso que juguetea con la arritmia pero cuya mano maestra educada en la elipsis precisa evita la aparición del desinterés y demuestra que el crescendo imparable no siempre ha de prevalecer ante la necesidad narrativa y las vicisitudes de cada viaje. La historia de este tramposo superviviente del capitolio repta entre la duda (tema fundamental en toda la saga) de sacrificarse o sacrificar al resto, conformando una escalada de poder que refleja la carga venenosa con la que se va llenando una serpiente en la que es muy fácil identificarse y olvidar quién es el verdadero enemigo.
Por supuesto nada de esto funcionaria si la sombra de Jennifer Lawrence opacase cualquier fructuoso intento de empatía, pero es que el estreno de Tom Blyth como rostro principal supone un descubrimiento tan inesperado como el de la capacidad del director para reinventarse continuamente en un lenguaje visual repleto de alardes al sovietismo de una República Democrática Alemana de post-guerra en clara influencia principal o ese impresionante gusto por el Art Decó en mixtura con un “Atomic-punk” que le sienta de lujo. De igual manera el trabajo de Rachel Zegler como espíritu de pura locura cantora (increible cada vez que se lanza al musical) hace soberana justicia a sus resonancias con la tetralogía original y su heroína-heredera aviar. No obstante es la sabiamente distribuida labor secundaria la que se lleva el gato al agua (exceptuando la Tigris de Hunter Schafer, mero pegote para mecanizar una metamorfosis ética), con un Peter Dinklage o un Jason Schwartzman orgullosos de sumar su inmenso talento al dialecto social y el festejo televisivo trucado (que gran acierto convertirlo en fastuoso mago), un Josh Andrés Rivera convertido en trágico pijo adolecido de una causa perdida, y, evidentemente, una Viola Davis que deja boquiabierto y redefine el significado de disfrutar un encargo. Su Doctora Volumnia Gaul resulta en puro terror plastificado, látex sanguinolento mediante, personificando lo nutridamente lúcido que amanece el sistema dictatorial del que mas tarde se hará gala.
La inteligencia emocional y el drama destructivo que acompaña todo nuevo nacimiento son las claves sobre las que pivota esta balada de pájaros cantores sin nada que perder y esas serpientes con mucho que ganar que van a configurar el frágil equilibrio reventado por lo impensable para todo académico fascista: un tributo voluntario en mundo donde la propia vida es lo único importante…o al menos así lo creía Snow. Por este motivo las futuras sangrantes llagas camufladas en perfumadas rosas de su boca evidenciarán una vida de exclusiva supervivencia. Por eso ahora sabemos que Katniss refleja aquello que mas ama y que cuando el miedo es tu única motivación jamás se deja de participar en esos Juegos del Hambre.
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La cinta de Francis Lawrence guarda ligeras similitudes con distopías tan impactantes como 1984, Un mundo feliz y la saga de Mad Max.
Miguel Ángel Espelosín
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