Crítica Sombras del pasado película dirigida por Adam Cooper con Russell Crowe, Karen Gillan, Marton Csokas, Tommy Flanagan
Guiño irregular al cine policíaco clásico, con toque de cine negro.
Inicialmente la jugada le sale bien a Sombras del pasado porque mostrando su inteligencia saca partido a su mejor recurso, Russell Crowe como protagonista en un papel donde el actor vuelve a mostrar su naturaleza de animal cinematográfico de primera clase capaz de articular una interpretación sólida por encima de cualquier limitación, inoperancia o falta de originalidad de guion con la que le toque lidiar.
Crowe consigue así una de las películas más defendibles de su última cosecha de hiperactividad profesional frenética en todo tipo de películas. Pero eso es porque él está siempre dispuesto darle su propio aire y firma a todo lo que le ofrezcan, como demostró en las divertidas El exorcista del papa (Julius Avery, 2023), donde convirtió una película de terror con exorcismo en una parodia, o en el bélico Misión hostil (William Eubank, 2024), donde sin dar un solo tiro él se queda con toda la película.
Atrapados en el arquetipo
Peor suerte corren en este caso sus compañeros de viaje, Karen Gillan, sometida a un papel de mujer fatal reciclado y tópico donde ni su sugerente voz puee esquivar el tópico del personaje, Tommy Flanagan eficaz en piloto automático pero sin mucho a lo que agarrarse, y un untuoso e inquietante Marton Csokas.
No obstante estar desperdiciados, mantienen como herramientas de reparto esta fábula un punto onírica que empieza ambiciosa y siguiendo la pista de Morir todavía (1991), dirigida y protagonizada por Kenneth Branagh, cruzada con el clásico de culto moderno Memento (2000), pero carece del talento invertido en aquella tanto por Christopher Nolan en la dirección como de éste y su hermano Jonathan Nolan en el guion, antes de dejarse ir a un ejercicio de giros previsibles y sorpresas que no lo son en un desenlace que estropea su metraje previo con un exceso de metraje y de explicaciones para intentar subrayar lo que ya era perfectamente anticipado por el espectador desde la mitad del largometraje.
A pesar de ello, buen arranque, con unos cuantos primeros planos del actor en interior, articulados con eficacia pragmática en un montaje al servicio de Crowe, que además ahorran dinero en un presupuesto del que ciertamente no anda sobrado este largometraje, bastan para plantear un arranque capaz de convencernos de que nos interesa lo que pueda pasarle a continuación al protagonista y reclutarnos como espectadores de este ejercicio por otra parte demasiado obvio de seguimiento casi marcial y a paso de ganso de los recursos del cine negro clásico.
Cine negro y enigma previsible
Actuando desde la protectora sombra del cine negro más previsible, pero no por ello ineficaz como enigma de entretenimiento bastante pasable y visualmente solventado, eso sí sin frescura ni alardes visuales, la película va poniendo sobre el tablero su palmaria e ingenua e incluso sonrojante obviedad.
El protagonista arma un puzle cuya piezas deja de lado para entregarse a ese otro puzle que son los expedientes y las pistas que va reuniendo del caso que investigó años atrás y cuyas claves están en su memoria perdida, o se dirige hacia la única secuencia de acción de la película y coje su pistola para ir a buscar la cena en una noche oscura después de ver en televisión una escena de acción del clásico del western Duelo de titanes (John Sturges, 1957) con Kirk Douglas y Burt Lancaster, por poner dos ejemplos entre otros muchos que se suceden en la película, o queda rodeado por un halo de reflejo luminoso a su alrededor -subrayado visual artificios del momento de revelación- cuando entra en la casa donde va a tropezarse con una pista esencial para resolver el enigma. Ejemplos del carácter previsible y cada vez menos sorprendente a medida que avanza la trama,
Son solo dos momentos de los muchos en una sucesión de pistas, personajes y claves fácilmente reconocibles del relato criminal en modo hard boiled que cultivó Hollywood en su forma más clásica desde principios de los años cuarenta con el ciclo de películas iniciado con El desconocido del tercer piso (Boris Ingster, 1940) y El halcón maltés (John Huston, 1941), y culminado con Sed de mal (Orson Welles, 1958). La mujer fatal, el peso del pasado que vuelve para atrapar a los personajes e incluso el masoquismo del detective duro con la habitual paliza sustituida por su reencuentro con el alcohol.
Le hubiera ido mucho mejor manteniendo el tono y tema de la enfermedad de Alzheimer como epicentro del asunto en lugar de perderse en un paseo por el cine negro y el enigma criminal un tanto alambicado y pretencioso en su juego de referencias.
Crowe merecía que le dejaran jugar profundizando en ese principio de vulnerabilidad con menos alambique y artificio.
Miguel Juan Payán
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Crítica Sombras del pasado