Crítica de Fuego
Crítica de la película Fuego
Interesante ejercicio de introspección audiovisual en torno a un triángulo amoroso, que lleva a cabo la cineasta Claire Denis.
Las relaciones de pareja se antojan como campos de minas emocionales, las cuales suelen estallar cuando los sentimientos no están del todo claros. La novelista Christine Angot ha desarrollado su relevante trabajo literario a través de esos enfrentamientos amorosos e introspectivos, que salen a relucir cuando se pasea por los figurados territorios de los secretos de pareja nunca compartidos; un material que la cineasta Claire Denis ha usado para concebir la historia de Fuego.
El argumento del film abre su curso narrativo con unas idílicas imágenes de Sara (Juliette Binoche) y Jean (Vincent Lindon) en la playa. Ambos disfrutan de su intimidad en común, sin palabras y sin declaraciones sumarias. Tras este interludio, la pareja regresa a su casa en París. Nada más aterrizar en la ciudad del Sena, Jean tiene que hacer frente a los problemas de su hijo adolescente, al que tuvo que dejar al cargo de su abuela, después de ser condenado a diez años de cárcel. Pero el mayor obstáculo se encuentra en el regreso de François (Grégpire Colin): el antiguo novio de Sara y amigo de Jean. François propone un negocio deportivo a Jean, aunque en el fondo su verdadero objetivo es recuperar el afecto de Sara.
La directora Claire Denis idea un efectivo vehículo audiovisual, para mostrar la artificial existencia en común de Sara y Jean. La creadora de High Life despliega una batería de temas carente de ritmo, cuya acción pierde todo significado ante la confusión profunda que experimentan los roles de Juliette Binoche y Vincent Lindon. El tiempo parece detenerse en el laberinto de confesiones que llenan la pantalla, sin dar la sensación de avance alguno, como si la trama diera vueltas eternas en torno a los mismos problemas, sin alcanzar conclusiones meramente alentadoras.
Fuego presenta, bajo esas coordenadas, un desequilibrio pronunciado y evidente, entre la imagen y la palabra. Mientas las secuencias en las que los personajes se dejan llevar por el mimetismo visual parecen desencadenar un sinfín de efectos, las que componen la sinfonía de discusiones entre Sara y Jean se antojan como triviales e intrascendentes.
En medio de esa batalla entre la brillantez coreográfica y las declamaciones sobre el desconsuelo de las heridas abiertas, Juliette Binoche y Vincent Lindon efectúan unas caracterizaciones realmente sobresalientes. Binoche parece desbocar la amargura indecisa de la mujer que se debate entre dos amores, un trabajo al que Lindon aporta una réplica crepuscular moldeada por la resignación y la calma, concentradas en un individuo que es incapaz de alejar los fantasmas de su propia zozobra afectiva.
Oscura en sus pretensiones y poco dada al simplismo existencial, Fuego se mueve con dificultad por los abismos a los que se enfrentan los papeles de Binoche y Lindon. Un trayecto que, pese a semejarse en su envoltorio a las tragedias que viven miles de personas de carne y hueso, retuerce su curso a lo largo de las confusiones de Sara, Jean y del resto de los individuos que pueblan la película.
Claire Denis se siente cómoda con la red que supone contar con dos actores tan verosímiles como Juliette Binoche y Vincent Lindon, pero no logra generar sensaciones similares a la hora de diseñar la aportación del cuadro de secundarios. Un problema que queda patente con la caracterización de François: el elemento que convulsiona con el mundo compartido por Jean y Sara, al que le falta una mejor carcasa psicológica.
Jesús Martín
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