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Los Ojos de Julia ***

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Lo bueno que tiene la presencia de Guillermo Del Toro en los créditos de alguna de las propuestas del cine de género facturado en España en los últimos años es que éstas destilan, indudablemente, la capacidad de llegar al público masivo, la misma, por otro lado, que caracteriza el cine del director mexicano. Del Toro sabe lo que la gente quiere ver en una sala de cine, y eso, en estos tiempos, es muy de agradecer. No se trata de estigmatizar al conjunto de una industria, pero es evidente que el cine español en la actualidad peca de egocéntrico, de ponerse al servicio de las inquietudes de unos cuantos ignorando a la mayoría, la misma, por otro lado, que la sustenta cuando pasa por taquilla.

Los Ojos de Julia, sin ser una película tan arrebatadoramente redonda como El Orfanato en sus intenciones de llegar a un amplio espectro de público, no parece española. Y es de agradecer. Consigue, desde la primera escena, apartarse de una manera de hacer cine que en muchas ocasiones produce obras estupendas y de calidad, pero que en otras muchas sólo es capaz de engendrar cosas de dudoso interés. Aquí, cuando Belén Rueda aparece en pantalla, se respira otra cosa, aunque seamos conscientes desde el principio de que no veremos una obra maestra.

Lo mejor es que la disfrutamos, sobre todo durante una importante parte del metraje. Estamos ante un thriller de terror que bebe de múltiples referencias, todas ellas al servicio de unas intenciones especialmente beneficiosas para nuestro cine.

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Que nadie se escandalice por el hecho de que quien esto escribe piense en maravillas cinematográficas como las que serán citadas a continuación. Los Ojos de Julia no es tan buena como Vértigo o Psicosis, pero en su primera parte recuerda a ellas. Tampoco alcanza la atmósfera del film noir tan sugerente de los 40 o 50, pero quiere intentarlo. Y, finalmente, sí logra superar a su referencia más importante, el giallo, con su capacidad para provocar angustia y asfixia a partes iguales, en mayores dosis incluso que aquellas entrañables películas primerizas de Dario Argento.

La mayor parte de esas influencias se encuentran en su primorosa primera parte, en la que una espléndida Belén Rueda trata de averiguar las extrañas circunstancias que rodean el supuesto suicidio de su hermana gemela. Lidiando con su escéptico marido, un soberbio Lluís Homar (que algún consejo daría a su compañera de reparto tras bordar el papel de invidente en Los Abrazos Rotos), Rueda vuelve a mostrar sus innegables dotes para este cine de género en el que, Mar Adentro aparte, se  ha movido como pez en el agua. Sufrimos con ella, lloramos con ella y la acompañamos en su intensa y apasionante búsqueda de una verdad que parece tristemente lejana a la deseada.

Y junto a todas esas referencias estupendas, no podemos olvidarnos de Sola en la oscuridad, el divertido ejercicio de suspense de Terence Young en el que Audrey Hepburn luchaba contra su ceguera y una banda de desalmados. Nuestra chica está, como tantas otras, a años luz del magnetismo de la Hepburn, pero no desentona como víctima del psycho-killer, en este caso de la misma estirpe que los que acosaban a las damas del giallo.

Todo lo dicho hasta ahora vale para esa citada primera parte de la película, casi una hora de cine estupendo, con una trama que engancha a un espectador deseoso de ser partícipe de esas historias inquietantes que eran contadas en las obras citadas, y en otras como el Frenético de Polanski. Suspense, terror y buenos personajes.

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A partir de ahí, la cosa empeora, afortunadamente no lo suficiente como para perjudicar de manera importante a la película en su valoración global. Lo que tenemos en el último tramo no es más que la típica resolución del cine de género más típico y tópico, con el tour de force más trillado entre la víctima y el psicópata y un desenlace estirado hasta la saciedad, y perjudicado por alguna escena final ñoña y demasiado empalagosa. Aunque de regalo nos incluyan esa cámara fotográfica con flash cegador que ya vimos en otras maravillas como La Ventana Indiscreta o El Fotógrafo del Pánico.

Por tanto, la prueba más evidente de las bondades de Los Ojos de Julia es esa continua lista de referencias. Cansados estamos de películas de terror americanas y españolas cuyos únicos precedentes son meras copias de otros anteriores. Guillem Morales, otro protegido de Del Toro, consigue que el espectador recuerde buenos momentos de cine vividos con películas indiscutibles, y eso es ya un mérito a destacar, aunque su película se quede lejos de aquéllas.

Ojalá pudiésemos disfrutar más a menudo de cosas como ésta. Sería bueno para nosotros, los espectadores, hastiados de fórmulas repetidas compulsivamente. Y, por supuesto, para una industria que en los últimos años se ha alejado peligrosamente del público, olvidándose de entretener y divertir, dos objetivos que nunca deberían de ser ignorados por todo aquel que se considere director de cine.

Merece la pena ser vista, porque una buena taquilla provocará nuevas incursiones de Guillermo Del Toro en nuestra industria. Hasta ahora nos lo hemos pasado bien con sus producciones, y, a mi, al menos, me llega con eso.

 

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Santiago Vázquez Gómez.

Trailer

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