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sábado, abril 27, 2024
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Muere Jacinto Molina, alias PAUL NASCHY

El cine español acaba de perder a otro de sus grandes con el fallecimiento de Jacinto Molina, alias Paul Naschy, el célebre astro del cine de terror que fuera de nuestras fronteras, en Francia, Alemania, etcétera recibe el trato que se le dispensa a los miembros de la realeza entre los grandes iconos del género. Venerado y coleccionado con total entrega por aficionados al cine de género de todo el mundo –sus películas llegaron hasta Japón, país con el que puso en pie alguna coproducción-, el actor  madrileño contaba 75 años y ha fallecido en Madrid víctima de un cáncer de páncreas.

Cierto es que la crítica más previsible, convertida en zombi a base de masticar eslóganes y consignas y tocarse con el gorro frigio de la intelectualidad mal entendida, siempre paradójicamente presta a accionar el mecanismo de la guillotina de la descalificación aun pretendiendo defender a perpetuidad valores supuestamente humanistas, fue miope y torpe con él como con tantos otros cineastas más inclinados a proporcionarnos sano entretenimiento que a soltarnos panfletos o sesudas reflexiones aprovechando nuestra indefensión como espectadores en la sala oscura.  Suerte para él que tanta gente del público soberano le reconociera en su época de éxitos como lo que era en realidad: un maestro del entretenimiento, un amo del calabozo de la diversión a golpe de sustos y gritos, un intrépido del maquillaje y un enamorado de su oficio.

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El cine español acaba de perder a otro de sus grandes con el fallecimiento de Jacinto Molina, alias Paul Naschy, el célebre astro del cine de terror que fuera de nuestras fronteras, en Francia, Alemania, etcétera recibe el trato que se le dispensa a los miembros de la realeza entre los grandes iconos del género. Venerado y coleccionado con total entrega por aficionados al cine de género de todo el mundo –sus películas llegaron hasta Japón, país con el que puso en pie alguna coproducción-, el actor  madrileño contaba 75 años y ha fallecido en Madrid víctima de un cáncer de páncreas.

Cierto es que la crítica más previsible y convertida en zombi a base de masticar eslóganes y consignas y tocarse con el gorro frigio de la intelectualidad mal entendida, siempre paradójicamente presta a accionar el mecanismo de la guillotina de la descalificación aun pretendiendo defender a perpetuidad valores supuestamente humanistas, fue miope y torpe con él como con tantos otros cineastas más inclinados a proporcionarnos sano entretenimiento que a soltarnos panfletos o sesudas reflexiones aprovechando nuestra indefensión como espectadores en la sala oscura.  Suerte para él que tanta gente del público soberano le reconociera en su época de éxitos como lo que era en realidad: un maestro del entretenimiento, un amo del calabozo de la diversión a golpe de sustos y gritos, un intrépido del maquillaje y un enamorado de su oficio.

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Se le ha calificado como “el Boris Karloff español” a modo de piropo bienintencionado, pero condescendencias al margen lo cierto es que Jacinto Molina, si bien muy posiblemente disfrutaba en su fuero interno del comprensible orgullo que pudiera proporcionarle tal comparación,  no necesitaba de concesiones y tenía suficiente carisma en el acotado terreno del cine de terror como para poder presumir de su propia naturaleza como conductor del expreso del cine fantástico español, para el que tan rentables fueron las peripecias de Paul Naschy en la saga de Walpurgis interpretando al licántropo Valdemar Daninsky. Las aventuras del noble maldito que se convertía en hombre lobo eran pregonadas por las paredes y los cines de la España de finales de los 60 y primeros 70 con llamativos carteles repletos de monstruos varios que a su peculiar modo quizá involuntario se hacían eco de las incertidumbres sociales que acompañaron los últimos años del régimen del general Franco.

Tuve la suerte de entrevistar a Jacinto Molina hace muchos años, cuando yo empezaba en esto del periodismo y con motivo del comienzo de rodaje de una de sus películas como director, El aullido del diablo (1987), que dicho sea de paso me ofreció la oportunidad de hablar también con una de mis “chicas Bond” favoritas, Caroline Munro. Al contrario de lo que yo había previsto, la entrevista con aquella Venus del cine de miedo a la que había admirado siendo más joven en películas como La espía que me amó, Capitán Kronos cazavampiros y El viaje fantástico de Simbad fue mucho menos emocionante e interesante que la charla de aproximadamente una hora que mantuve con Jacinto Molina. Ella estaba más preocupada en peinarse su larga cabellera que en contestar a mis preguntas. Pero él era una de las voces más autorizadas del cine español para hablar del género de terror. La crítica podía negarle el saludo, como a prácticamente todos los directores y actores que durante tantos años nos habían entretenido en las sesiones continuas de programa doble habituales en los cines de barrio, pero él se mantenía en la brecha con un tesón y una entrega a su pasión por entretenernos que forzosamente resultaba contagiosa y hoy me hacen pensar que a nivel cinematográfico lo que se merece este infatigable cineasta es un funeral vikingo.

Recuerdo que entre otras cosas hablamos de la licantropía, de todos los licántropos del cine, y recuerdo como uno de los momentos más gratos de mi carrera estar ante el gran Jacinto Molina escuchando su explicación de por qué creía él que para crear un buen hombre lobo el ingrediente esencial era el hombre y no la bestia, porque sólo reconociéndonos en el hombre como espectadores podríamos temer el momento en que se manifestaría en él la presencia de la bestia que acabaría por dominarle.

Jacinto Molina no era partidario de meterle mucho efecto especial al asunto, prefería el maquillaje y ponía énfasis en que al final el mejor efecto especial era el trabajo del actor trabajando por encima de la propia máscara. Algunas de las cosas que me contó aquella tarde siguen viniéndome a la memoria cuando explico el género de terror en mis clases de cine, a pesar de que han pasado ya más de dos décadas. Así que cuando esta mañana mi hermano me mandó un mensaje al teléfono móvil poniéndome al tanto de la muerte de Jacinto Molina lo primero que pensé fue que es una lástima que no le haya dado tiempo a ver la próxima interpretación del hombre lobo llevada a cabo por Benicio Del Toro, sobre la cual sin duda habría tenido mucho que contar, opinar y enseñar.

Las fotos que acompañan este texto son de La marca del Hombre Lobo (1968) y Doctor Jekyll y el Hombre Lobo (1972), ambas protagonizadas por Paul Naschy en con guión de Jacinto Molina, esa dualidad que siempre acompañó su carrera.

El verdadero secreto de Jacinto Molina y su mejor epitafio es que le gustaba el cine y hacía el cine que le gustaba. Muchos le debemos unas cuantas horas de diversión y evasión en la sala oscura.

Miguel Juan Payán

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