James Franco cocina con pulso firme como actor y director un “fenómeno” cinematográfico.
Va camino de convertirse en película de culto sobre una película de culto, The Room. La redundancia encaja y es plenamente coherente con su tema, con el asunto que aborda, con la metáfora en que se convierte respecto a la manera en que funciona la cultura en nuestros días de redes sociales.
Personalmente, como ya he explicado en la videocrítica que podéis ver en esta misma web, no me ha convencido tanto como esperaba y mantengo la opinión de que tenía mucho más potencial en torno al disparate del rodaje de The Room y sus protagonistas del que finalmente vemos en pantalla. Vamos que esperaba reírme más. Así de claro. O en otra línea, esperaba hundirme más con la miseria disparatada de sus personajes. Pero tengo que confesar que no me ha pasado ni lo uno ni lo otro. Me he reído, claro, porque tiene momentos de puro esperpento que se ganan la complicidad del espectador merced a la habilidad de James Franco en su doblete como actor y como director, pero en su conjunto se me antoja demasiado cauta a la hora de entrar a sangre y calzón quitado a exprimir el personaje de Wiseau. No puedo evitar tener la impresión de que James Franco se ha quedado corto a la hora de meterle caña a la persona/caricatura/pesonaje que interpreta, como si no quisiera herir a su modelo real. Muy encomiable desde el punto de vista ético, por otra parte. Pero como espectador sigo teniendo la sensación de que se deja muchas cosas en el tintero. Lo que ocurre es que compensa esa falta de profundidad en su cuchillada sarcástica al esperpéntico Wiseau con una buena explotación de la cualidad como metáfora sobre el reinado del absurdo de nuestro tiempo que tiene toda esta historia.
El hecho es que The Disaster Artist como sarcasmo de aquello que retrata puede quedárseme corta y me río menos de lo que esperaba, aunque en sus créditos finales resulta imposible que no se te escape una risa tonta, casi culpable, como de vergüenza ajena respecto a lo que perpetraron los artífices de The Room. Pero sin embargo creo que tiene una segunda lectura mucho más interesante como ejemplo y aviso de lo que está ocurriendo con la sociedad de nuestros días, donde ha dejado de ser necesario mostrar capacidad o talento para dedicarse a cualquier actividad creativa, pues bajo la capa del erróneo mensaje de que todos valemos para todo y tenemos el derecho y puede que incluso la obligación de “perseguir nuestros sueños”, hemos caído en el todo vale y aquí estoy porque he venido. Y del intrusismo ya mejor ni hablamos. Todos nacemos hoy sabiendo. Todos valemos para todo. Y así pasa luego lo que pasa.
Pienso que no es casualidad, sino un mensaje del destino, eso de que se hayan dado cita entre las nuevas palabras del Diccionario en red de la Real Academia de la Lengua Española términos como buenismo, postureo y posverdad, que además tienen mucho, pero mucho que ver con la doble lectura que podemos sacar de The Disaster Artist. Esa doble lectura me recuerda a la que puede hacerse de un clásico del cine de ciencia ficción de los años cincuenta, La invasión de los ladrones de cuerpos (Don Siegel, 1956), que el espectador, según su preferencia, puede leer tanto como aviso conservador muy en la línea de la Caza de Brujas de McCarthy (vigila a tu vecino, que puede ser un comunista infiltrado), o en clave de advertencia precisamente sobre el macartismo. The Disaster Artist puede ser leída como una sátira/homenaje –para mi gusto demasiado amable- del esperpento The Room como en clave de mirada un puntito cínica y empeñada claramente en la denuncia de la sociedad tan gilipollas en la que vivimos.
Elijan ustedes lo que prefieran. Van a reírse de cualquier modo, aunque yo esperaba reírme más.
Miguel Juan Payán
COMENTA CON TU CUENTA DE FACEBOOK