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lunes, mayo 13, 2024
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Perros de paja ***

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No es mala y tiene su propia personalidad, pero no supera ni iguala la versión de Sam Peckimpah.

Seré sincero. Perros de paja, la película original dirigida por Sam Peckimpah en 1971 es una de las películas favoritas de mi adolescencia y la cuento entre las mejores de la filmografía absolutamente hipnótica e inimitable de dicho director. Así que me temía lo peor a la hora de enfrentarme a este remake donde, ya de partida, no me encajaban las piezas. La idea de Dustin Hoffman como matemático apocado  casado con un bombón como era Susan George se me antojaba insuperable como punto de partida para el relato y no me encajaba nada con el ex Cíclope James Marsden en el papel del bajito Hoffman, y ejerciendo además como guionista de Hollywood en lugar de mareando números en una pizarra. Tampoco veía muy claro eso de cambiar la Inglaterra rural por el sur más profundo de los Estados Unidos: Blackwater, Mississippi.

Pero de repente la pantalla se iluminó con una imagen de pantanos y bosque antes de dar paso a un momento de violencia donde Rod Lurie es suficientemente astuto como para poner sobre la mesa sus propias elecciones de narración visual, mostrándonos los hechos desde la mirada de la víctima moribunda y congelando en la imaginación del espectador un momento de muerte que rápidamente alterna con una presentación de la protagonista, Kate Bosworth, que es tanto un guiño al cine de los sesenta y setenta como un golpe de mano definitivo para hacerse con el control de la historia y conseguir que le demos crédito como propuesta independiente de la película de Peckimpah. Y lo que sigue es un buen manejo de la música para respaldar la presentación de los dos protagonistas en el coche, y de paso introducir visualmente el conflicto que va a producirse entre esa despreocupada pareja y los cazadores, llamados a chocar inevitablemente, incluso antes de que se encuentren, con ese automóvil plateado que atraviesa la carretera en una nube de despreocupación moviéndose en la pantalla de izquierda a derecha y la furgoneta que en ese plano truncado va en dirección contraria, camino del choque inevitable. El coche adornado con esa pantera saltando, de serie, esto es, artificial, frente al adorno del asta de ciervo que sirve casi como ariete a la furgoneta.

Lurie se hace con el poder suficiente como narrador en esos primeros compases como para liberarse del antecedente de Peckimpah y jugar sus propias cartas, aunque trabaje en definitiva sobre el mismo relato. Libera así totalmente de fantasmas del pasado a sus personajes, construyendo su propia versión del argumento, en la que queda más claro que ella no está preparada para enfrentarse con su pasado, con los recuerdos de la familia, y va a ser el detonante de la tragedia que cae sobre él, un tipo ingenuo que claramente no se da cuenta de lo que se le viene encima, e incluso saluda a la cabeza del ciervo que está colgada en la pared, estableciéndose así el vínculo con la primera escena de la película y con el desenlace cundo él recorre con los dedos la escopeta colgada bajo el trofeo. Son pequeños gestos que se van enlazando en la trama organizando un estilo propio para la película, como la escena en la que David (James Marsden) intenta subir en zapatillas y batín al tejado para hablar con los “operarios” y queda enmarcado totalmente dentro del hueco que deja el brazo de Charlie (Alexander Skarsgaard), siempre tomado en contrapicado, dominando el plano. Es un tratamiento visual que señala el sometimiento que acompañará al personaje el resto de la película.

Hay que decir que todo ese juego de imágenes, planificación, etcétera, está bien respaldado por un reparto en el que la mejor interpretación corre por cuenta de Alexander Skarsgaard, pero sin olvidar que tanto Kate Bosworth como Amy y aún más James Marsden como David, lo tienen más difícil al competir con la pareja Dustin Hoffman y Susan George de la primera película. Consiguen defender bien la plaza y darle su propia personalidad a esos personajes, por mucho que, a fuerza de ser sincero, al menos a mí no me han hecho olvidar en ningún momento a Hoffman y George. Skarsgaard, el tercer protagonista de la trama (más protagonista que en la versión de Peckimpah), capitanea a un grupo de secundarios que son el soporte principal de la trama, con James Woods, Dominic Purcell y Walton Goggins a la cabeza haciendo que su parte de la historia, la de los actores de carácter, la de ambiente, con la subtrama del personaje de Purcell, sea más interesante que el conflicto de autoestima que aqueja a Charlie y las dudas que acompañan a Amy. Es cierto no obstante que el personaje de Amy ha cambiado, está más ajustado a los tiempos actuales, de manera que la ambigüedad que acompañaba a la interpretación de Susan George no está tan presente en el personaje que debe interpretar Bosworth, algo que queda bastante claro en la escena de la ventana: en esta versión es una reivindicación casi feminista, mientras que en la versión anterior era un reto, una provocación, un juego peligroso. Las miradas de Bosworth en esta versión son las de una mujer enfrentada al reto de imponerse  a los “perros de paja” del título con la decisión que no ve en su marido (la escena de la trampa para osos y la leche para el gato), mientras que las de Susan George eran las de una inmadura empeñada en un juego arriesgado que de repente se enfada como una adolescente contrariada. El personaje de Amy tiene mayor madurez y menos ambigüedad en esta ocasión. Eso es elección del director, y cambia la película, pero en cualquier caso la actriz no está fallando, simplemente obedece órdenes. Evidentemente, eso hace que la escena de la violación, en coherencia con ese cambio de personaje de ella, quede  resuelta de un modo diferente al de la versión de Peckimpah. La violación es igualmente reprobable en ambos casos, pero en esta ocasión el director ha preferido no recrearse en ese momento, al contrario que en la versión anterior, y además en todo momento Amy mantiene la distancia con Charlie, no consiente, reteniendo así una dignidad que la ambigüedad de la situación planteada por Peckimpah  ponía en cuestión, dejando a la protagonista femenina en una posición más equívoca. A partir de esa secuencia clave, el cambio operado en el personaje de Amy y en toda la película está aún más claro.

El resultado de todo eso es una película distinta, a la que además, le han cambiado el final de la versión Peckimpah, que era mucho mejor, más evocador de la “liberación” que experimenta el personaje de Charlie.

Visto todo lo anterior, la película no me parece mala, pero sí distinta. Además, incluso contando con sus aciertos, creo que sigue siendo muy superior la de Sam Peckimpah. De hecho, creo que esta es una versión políticamente correcta de aquella otra que fue acribillada por la crítica con insultos como “ultraviolenta” y “fascista”. Además en España se estrenó con la escena de la violación cortada, fabricando artificialmente una elipsis que dejaba toda esa parte librada a la calenturienta imaginación del espectador. Si lo que pretendían los censores era librar al público de tentaciones, sospecho que consiguieron justo lo contrario. Metida de pata muy propia de la natural estulticia de toda maniobra censora, especialmente cuando se aplica a espectadores mayores de edad, adultos a los que la paternal vigilancia de los censores pretende convertir en niños.

De manera que esta nueva versión  “políticamente correcta”, no es mala, pero sí ha sido aligerada de características esenciales de la versión anterior, y no supera ni iguala la película de Peckimpah en lo referido a las escenas clave del relato, la violación y el estallido final de violencia.

Miguel Juan Payán

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