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viernes, abril 26, 2024
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La daga de Rasputín **

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Más allá de Amenábar, Almodóvar o de la Iglesia, el cine español en los últimos años está teniendo sus mejores resultados de taquilla con películas que se sirven de rostros televisivos como reclamo para llevar al público a las salas. Son tiempos de éxitos televisivos, y determinadas series españolas instalan en la popularidad absoluta a determinados intérpretes, que aprovechan la coyuntura para hacer cine. Lo bueno que tiene, en mi opinión, semejante fenómeno, es que nuestra industria olvida por momentos sus inquietudes basadas en el egocentrismo de unos cuantos, para ofrecer lo que buena parte del público quiere y busca en una sala de cine: un rato entretenido.

En 2003, Jesús Bonilla, que venía de hacerse popular gracias a la serie Periodistas (aunque contase ya antes con una sólida carrera como actor de cine y televisión), pareció entender los males de nuestro cine, y reclutó un reparto fantástico para rodar una película divertida, de pretensiones evidentes, logrando la complicidad con un público que ya había mostrado su predisposición a pasar por taquilla con este tipo de cine, como se había demostrado con los éxitos de Torrente o Airbag. El oro de Moscú reunió a un grupo de cómicos extraordinario, encabezados por el propio Bonilla, entre los que se encontraba Antonio Resines, su compañero en el inminente éxito televisivo Los Serrano. Fue un éxito, del que muchos esperábamos secuela.

Mientras ésta no llegaba, nuestra industria triunfó con otras producciones repletas también de caras televisivas. Mentiras y gordas, o Fuga de cerebros hicieron caja, pero dividieron radicalmente a crítica y público, por motivos obvios. Si Bonilla había triunfado era por la adecuada combinación de un cine popular liderado por rostros no menos populares (Segura, Resines, Concha Velasco, Pajares…) con una historia simplona pero efectiva, con un evidente macguffin en ese oro supuestamente perdido en nuestro país que llevaba a aquellos divertidos personajes a vivir todo tipo de peripecias mientras trataban de encontrarlo. No era un guión de Óscar, pero los gags y el buen trabajo actoral dejaban un sabor de boca magnífico. Por su parte, las otras dos películas anteriormente citadas, y más recientes, sólo se basaban en los bellos rostros televisivos para que la juventud adicta a las series hispanas pasase por taquilla, sin importarles la pobre historia o el tufo chabacano que desprendían.

La daga de Rasputín nos llega ahora como secuela que intenta mantener el espíritu y las virtudes de su predecesora, lamentablemente, sin conseguirlo. Jesús Bonilla trata de aprovechar al máximo esa presencia de sus compañeros que lograron el éxito con Los Serrano, incorporando a Antonio Molero, sin duda el más inspirado a la hora de arrancar sonrisas al público, pero la sensación global que transmite la película es de hecha a trompicones, a la carrera, como si no se hubiese tomado el tiempo que sin duda sí se tomó en su debut como director. El oro de Moscú no era, como he dicho antes, un prodigio de guión, pero se adaptaba perfectamente a lo que este tipo de cine debe de ofrecer. Se notaban los esfuerzos por agradar, desde aquel genial prólogo con el gran José Luís López Vázquez soltando la liebre del oro, hasta el lógico final, que provocaba el interés en la futura secuela. Y entre ambas escenas, multitud de situaciones simpáticas, hilarantes y, por momentos, geniales.

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En La daga de Rasputín se mantiene, como no podía ser de otra manera, el espíritu costumbrista, la España cañí que siempre es bien recibida como vehículo transmisor de carcajadas, pero ni tenemos escenas logradas, ni esa daga funciona como elemento de excusa para que se produzcan las descacharrantes secuencias deseadas. Para colmo, el reparto no alcanza el estupendo nivel anterior, y se echa se menos a Santiago Segura (es de suponer que inmerso en el rodaje de la nueva entrega de Torrente) y a la soberbia Concha Velasco. Y, aunque no busquemos en estas películas un guión intachable, se echa en falta algo más de verosimilitud, de solvencia, aún asumiendo que las intenciones están más cerca de aquel cine exitoso de Mariano Ozores que de las obras maestras de Berlanga.

Pero que nadie se piense que La daga de Rasputín se merece la más absoluta indiferencia. No es peor que buena parte de los productos americanos que las distribuidoras nos endiñan en el mismo pack que los blockbusters, y, desde luego, le da ciento y raya a aquellas Mentiras y gordas. El problema reside en las innumerables virtudes de la primera parte, que ésta no llega a alcanzar.

Con todo, no hay bostezos, ni constantes miraditas al reloj durante la proyección, síntomas evidentes de que el desastre es total. Lo mejor de La daga… es que, aún asumiendo sus limitaciones, sirve para que quienes deseamos lo mejor para nuestra minúscula industria nos alegremos de que el público responda. No es un producto indigno, ni que deba de avergonzarnos, sino simplemente una fallida apuesta por agradar y entretener.

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Santiago Vázquez.

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