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jueves, mayo 16, 2024
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La legión del águila ***

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Unas claves muy similares a las que en su momento esgrimió Centurión (Neil Mrshall, 2010) y un argumento que inevitablemente me recuerda la historia Más allá del río negro, del ciclo de Conan el bárbaro y que tiene a ratos más de western o de relato de aventuras emparentado con un clásico de dicho género, Tambores lejanos (Raoul Walsh, 1951), que de cine de romanos propiamente dicho, es mucho material interesante en una película para que no me guste, o por lo menos me resulte divertida. Y ciertamente La legión del águila tiene algunos momentos buenos… y otros no tanto.

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La película, que en principio iban a titular aquí en España El águila de la novena legión, es una de romanos cruzada con western y que a ratos tiene aires de estar moviéndose a medio camino entre Defensa y La selva esmeralda, dos interesantes películas de John Boorman (muy buena la primera, imprescindible, algo menos la segunda). Ya entenderán ustedes que precisamente uno de sus problemas es que no es una de romanos al cien por cien, o simplemente una de romanos, sino un extraño híbrido en el que se mezclan distintas influencias y referentes y que, a ratos, casi parece intentar ser algo más de lo que es.

Ahí radica, en mi opinión, su flaqueza. Es endeble porque renuncia a su verdadera naturaleza, algo que no hizo Centurión. De ahí que me guste más la de Neil Marshall que ésta. Centurión aceptaba y disfrutaba plenamente de su identidad como relato típico de serie B, carrera y persecución, espadas, duelos, bárbaros contra romanos en fuga y supervivencia. Cada uno de sus minutos de metraje iba enfocado en ese sentido. Marshall no se engaña ni engaña al espectador. Da siempre exactamente lo que promete. Para algunos será suficiente, y más que suficiente, como es mi caso (lo reconozco: siempre me lo paso muy bien viendo sus películas).

Frente a ese reconocimiento de su verdadera naturaleza, lo que opone La legión del águila es el fútil pero nada sutil intento de ser algo más. Parece como si la camisa de “película de aventuras con romanos” le pareciera poco y quisiera darle una segunda naturaleza como reflexión de la naturaleza humana o similar. Esa indefinición no es nueva en el cine de su director, Kevin Macdonald. Aparecía ya en su mejor película a mi parecer, El último rey de Escocia, un gran trabajo. Había también algo de ello en otro de sus trabajos, La sombra de poder. Pero repasando la totalidad de su filmografía, me atrevería a decir que está intentando darle al cine de género más sencillo una segunda lectura, añadiendo contenido. Eso no es malo por sí mismo. Muy al contrario. El cine comercial y de evasión de nuestros días está falto de contenido, así que bienvenido sea todo intento de aportarle más, pero quizá en esta ocasión el experimento ha salido algo fallido porque el relato en sí mismo tampoco se presta mucho a ello, y también, todo hay que decirlo, porque tampoco lo requiere y Macdonald pone demasiado empeño en querer que su película sea algo más de lo que es. La relativa pero elocuente proximidad del estreno de Centurión tampoco obra en beneficio de ésta producción, que sin embargo es claramente mejor que otras con temática y ubicación cronológica y geográfica similar,  como El rey Arturo y La última legión, inferiores en calidad, si bien la primera de las dos citadas era más entretenida que La legión del águila.

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El exceso de documentalismo y ejercicio paisajístico en la parte central de esta película perjudica a la acción propiamente dicha, relajando la tensión en exceso desde el momento en que los dos socios de aventuras entran en tierra incógnita, territorio comanche, o como ustedes quieran llamar a la zona que está fuera de la protección de la mítica muralla de Adriano. Más allá del muro, y hasta que entran en contacto con la tribu que puede llevarles hasta el trofeo, la cosa se hace algo lentora y excesivamente contemplativa para mi gusto, y la acción que contienen esos momentos no consigue espabilarme del todo. A partir del encuentro con la tribu nativa el eco de Bailando con lobos despierta ligeramente mis sospechas (la de Costner no es una de mis películas favoritas, y bien mirado ésta tiene mucho de su excesiva inclinación por la contemplación del paisaje, ahora que lo pienso…), pero al menos a partir de ese momento la película se organiza algo más y empieza a discurrir por un cauce menos discursivo y narrativamente más directo hasta llegar al desenlace.

En todo caso hay que decir que toda la primera parte de entrada en el relato, tras esa especie de prólogo que es la primera batalla y que, ingenuo de mi, pensé que podría llevarnos por un cauce más cercano a Gladiator (soy de aquellos a los que les gustó Gladiator, incluso con sus defectos, que los tiene, sin duda), entramos en un momento interesante del relato, el encuentro entre los dos protagonistas, donde Channing Tatum, que no lo hace nada mal, empieza a ser  reforzado por Jamie Bell, que lo hace aún mucho mejor en el papel de Esca. Ellos dos son lo mejor que tiene Macdonald para sacar adelante la película, bien pertrechada de actores si añadimos a la ecuación la contribución del siempre eficaz Donald Sutherland.

El problema es que en todo su metraje la película no llegó a emocionarme realmente, y me dio la sensación de que ya había visto parte de lo que me ofrecía. Sospecho que eso ocurre por un problema de estructura de guión y de la propia historia, porque la aventura se aplaza en exceso alargando esa convalecencia de Marcus Aquila en beneficio de una historia de vínculo de lealtad entre los dos protagonistas que entiendo es el centro del relato (la recuperación del trofeo perdido es sólo una excusa para contarnos eso otro), pero que está expuesta de una manera que me resulta poco emocionante y práctica para el cine, aunque pueda funcionar en el ámbito de la novela.

El cine tiene sus propios códigos y maneras. Debe adaptar e incluso violentar si fuera necesario la novela para acomodarla al nuevo medio. Ser fiel al discurso novelístico en este caso se convierte en un lastre para el relato cinematográfico.

Miguel Juan Payán

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