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Wes Anderson, un director diferente

Aprovechando el estreno de La trama fenicia repasamos la carrera de Wes Anderson

Con algo más de una decena de largometrajes y un puñado de cortos y mediometrajes en su currículum, Wes Anderson se ha convertido en uno de los directores más valorados y desconcertantes del Hollywood actual.

El cineasta texano no entiende de modas mediáticas ni de sometimiento artístico a la industria del celuloide; tan solo crea las películas que están en su mente, concebidas a través de cocteleras imaginarias en las que suele agitar las ideologías y los comportamientos más surrealistas posibles, para diseñar universos desquiciantes y ajenos de cualquier identificación con la realidad circundante.

El estilo de Wes Anderson es una sutil mezcolanza de influencias varias, desplegadas mediante un tipo de narrativa audiovisual de colores sublimados, casi tratados como en la publicidad estadounidense de los años cincuenta; y un discurso de palabras aderezadas con un valor milimétrico, pesado con cuidado en la balanza de las emociones que transmiten los personajes que enuncian cada una de las sentencias que enuncian los diálogos y las voces en off.

Semejante engranaje –definido por muchos como de marcado sentido autoral– le sirve al creador norteamericano para levantar sus sátiras transformadas en filmes, en los que el esperpento se da la mano con las intenciones caricaturescas, como si se tratara de un teatro de guiñol con seres humanos en vez de con marionetas.

Wes Anderson y Ralph Fiennes en El gran Hotel Budapest

Desde los inicios de Wes Anderson en el séptimo arte, persiste en su dinámica una obsesión por eliminar la firmeza conceptual de los mundos que alimentan sus imaginativos argumentos; todo para adentrarse en unas extensiones impredecibles, en las que es posible toparse con estudiantes revolucionarios (La crónica francesa), progenitores de actitudes militarizadas (Los Tenenbaums: una familia de genios), directores de hoteles con sagacidad para el espionaje de altura (El gran hotel Budapest) o niños con habilidades innatas para contactar con galaxias lejanas a la Tierra (Asteroid City).

Este gusto por los seres extraños y en continua evolución personal ya se dejaba sentir en Bottle Rocket: ladrón que roba a ladrón, la ópera prima del creador texano, elaborada en 1996. Esta alocada comedia sobre dos ladrones con poca pericia para sacar adelante los atracos que planean ya incluía algunas de las señales características del estilo de Anderson. Protagonizada por Luke y Owen Wilson (actores con los que Anderson compartió experiencias universitarias en Texas), la cinta centraba su argumento en las disparatadas situaciones en las que se veían involucrados los personajes principales, mientras una atmósfera caricaturesca se adueñaba de las escenas.

Bottle Rocket fue el primer peldaño en la carrera de Wes Anderson, aunque su auténtica carta de presentación a nivel internacional la logró con su segundo largometraje: Academia Rushmore (1998). En esta producción, el director de Houston logró reunir a un reparto sorprendente, sobre todo para alguien que solo tenía un filme resaltable en su carrera. La peculiar historia de un joven estudiante enamorado de una profesora bastante mayor que él (existen especulaciones sobre chispazos autobiográficos en el relato) interesó a intérpretes de la talla de Jason Schwartzman (amigo de WA), Bill Murray, Olivia Williams, Seymour Cassel y Brian Cox, entre otros. Tal acumulación de rostros conocidos se convirtió en una seña de identidad del estilo de Wes Anderson, quien suele juntar a las más variadas movie stars en torno a sus producciones, como si se tratara de una celebración de etiqueta.

Esa obsesión por levantar elencos numerosos, que provocaban la envidia de muchos de sus compañeros, volvió a dar forma a una de las obras más logradas del cineasta texano: Los Tenenbaums: una familia de genios (2001).  La nominación a los Oscar en la categoría de mejor guion original catapultó la fama de Anderson, con su peculiar manera de entender el séptimo arte.

El mosaico submarino de Life Aquatic (2004), las tensiones nómadas de Viaje a Darjeeling (2007), la experiencia stop motion de Fantástico Sr. Fox (2009), la crítica a los scouts suscitada por Moonrise Kingdom (2012), la vaporosa y premiada El gran hotel Budapest (2014), la extraña fábula Isla de perros (2018), la segmentada y decadente La crónica francesa (2021) y la desértica e hipnótica Asteroid City (2023) conforman el historial de fotogramas encadenados de un “autor” con ganas de fantasear. Un forjador de obras que se mueven entre los laberintos mentales de Woody Allen y las deformaciones talentosas de Luis Buñuel.

Jesús Martín

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